Se ha convertido ya en tópico decir que todo el mundo está conectado, hiperconectado dicen algunos, y que la inmediatez con que las noticias corren merced a las redes sociales y otros instrumentos permite que todo se sepa al instante en cualquier lugar del planeta. Así será seguramente. Sin embargo, he tenido la oportunidad de pasar unos días en un lugar donde la cosa del internet era quimera y las oportunidades para informarme de lo que acontecía se limitaban a una cadena de televisión local. Fue pues agradable sorpresa ver que en los titulares del informativo se anunciaba una noticia sobre España en la que, según se avisó, se daría cuenta de la ejemplar decisión de un político andaluz. No es que esperara conocer alguna dimisión, pues sabido es que aquí no dimite nadie. Imaginé que hablarían de los líos de los ERE, de la nueva presidente o de algo semejante. Mas mi gozo en un pozo. Al parecer, en estos tiempos de políticos tan denostados, uno, alcalde de un municipio malacitano, no me pregunten cuál, había decidido dimitir de su puesto para marcharse a Panamá donde un amor le esperaba para contraer matrimonio. La noticia, cual se debe, vino profusamente ilustrada con imágenes del lugar, palabras del munícipe y, cómo no, de los vecinos del pueblo.
Si tal noticia me causó cierto estupor, no fue menor el que me asaltó al día siguiente al oír el anuncio de una formidable polémica suscitada en Cataluña. Cómo no suponer que el tema en cuestión sería la independencia, aunque aún faltaran algunos días para que Mas anunciara las preguntas de marras, o cualquier otro asunto que llenan páginas en los periódicos, como las agencias de investigación, o que no salen en los papeles como que el abogado de la presidenta del PP es el mismo que, siendo juez, redactó la condena a muerte a Puig Antich. Pero hete aquí que no. Que la pelotera nacía de que algún avispado ha llenado el mercado prenavideño de “caganer” con la imagen de la Virgen de Montserrat.
Aunque no digo yo que no moleste a más de uno ver al descuido la oscurecida conclusión de la espalda de la Mare de Déu en tan escatológica disposición, ambas noticias me llevaron a pensar qué sabrían los habitantes de aquel del lugar de lo que ocurre en España. Nada de crisis, parados, recortes, inepcias y corrupciones: solo amor y burla indisimulada. Pues qué alegría. Y qué desvarío. El problema, si lo es, es tanto qué conocen los otros de nosotros, como qué somos nosotros capaces de saber de los otros. Porque un repaso a las noticias que de otros países nos llegan, pone nítidamente de manifiesto que solo aquello que es insólito, incluso donde acontece, nos es vendido a través de los canales televisivos. Es decir, da la impresión de que conocemos de los otros, incluidos nuestros exóticos cercanos, un conjunto de estereotipos animados con curiosidades que atraen al espectador. Por ejemplo, sabemos con quién se fotografió Obama en el funeral de Mandela, pero no cuáles eran las bases del pensamiento político de éste más allá de una síntesis repetida por los telediarios. Por si poco fuera, con excesiva frecuencia, estas noticias son resaltadas por la prensa digital en esa sección que las ordena no por su relevancia o impacto en nuestra vida cotidiana, sino por su popularidad medida en “lo más visto”. Al final va a tener razón Vargas Llosa cuando denunciaba en su ensayo La civilización del espectáculo que en nuestra sociedad entretenerse y huir del aburrimiento se han convertido en valores fundamentales.
Frente a esta tendencia, nuestras des-preocupadas autoridades educativas, en lugar de hacer que nuestros jóvenes aprendan a pensar por sí mismos, eliminan cualquier posibilidad de reflexión propia en los nuevos planes que aprueban. Luego que nadie se extrañe si, como ha ocurrido, se recogen más de 70.000 firmas para que sean otros los actores protagonistas de 50 sombras de Grey y menos de diez mil para solicitar al Senado que la Lomce no redujera la filosofía más de lo que ya lo hizo la Loce.
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