"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

miércoles, 2 de julio de 2014

“ES UN DESIERTO CIRCULAR EL MUNDO, EL CIELO ESTÁ CERRADO Y EL INFIERNO VACÍO”

En 2014 concluiremos en España, según dicen las más razonables previsiones, con medio millón menos de extranjeros censados que en 2013. En 2013 ya hubo menos extranjeros censados en España que en 2012. En 2012 ya hubo menos que en 2011. Y en ese año, menos que en el anterior. Como consecuencia de estas reducciones, según dicen las estadísticas del instituto nacional del mismo nombre, en cuatro años un millón menos de extranjeros vivirán en España. Pero como hablar de personas de otra nacionalidad evoca en la mente de los más, imágenes de patera y de desolación entre aguas, bueno será recordar que, en números redondos, un millón de los actualmente censados en España son de Gran Bretaña, Alemania, Italia, Portugal y Francia. 
A cuento vienen estos datos de que muchas gentes biempensantes se han escandalizado en los últimos días al ver a miles de niños abandonados, o viajeros solitarios, en la frontera entre México y los Estados Unidos. Como si no los hubiera en las fronteras que la Unión Europea teje y enreda por todo el sur. Pero aquellos están lejos y evitan o mitigan, gracias a la distancia, nuestra sensación de culpa. Estos otros, cercanos, mirando a través de las vallas cada vez más ensangrentadas o tirados en el fondo de paquebotes que llegan al sur de Italia, de Malta o de cualquier playa gaditana, nos asaltan con su proximidad invitándonos a la cotidiana hipocresía. Dice el informativo que no se comprende cómo esas mujeres, inconscientes suena el murmullo no explícito, son capaces de lanzarse al mar con sus hijos recién nacidos o aún por nacer. Otra vez el discurso fingidor que no quiere ver que la inmensa mayoría de esos pequeños y de esos embarazos son parte del pago que las mujeres que migran tienen que hacer con su propio cuerpo en forma de violaciones sufridas desde que salen de sus pueblos. 
 Pero miramos como si no fuera con nosotros. Como si quienes huyen del hambre de sus hijos, de la guerra de sus padres, de la desolación de un territorio devastado, fuesen los causantes de su propia incuria. Habría que recordar las tesis ya clásicas de André Gunder Frank  quien mostró como el subdesarrollo no era más que la cara oculta del desarrollo; que no hay progreso y crecimiento de unos países y sus habitantes sin el retroceso y empobrecimiento de los otros. Así pues, basta ya de que en este o aquel partido político, en este o aquel medio de comunicación, se hable de “ilegales”, como si una persona pudiera ser tal. Porque, efectivamente, las acciones contrarias a la ley son ilegales. Pero, no las personas. Muchas de ellas, por cierto, arrumbadas y desechadas como si no lo fueran en esos infames guantánamos entre nosotros, que son los “centros de internamiento para extranjeros”. Esos que por toda Europa, se llenan de gentes que no han cometido delito alguno.
Pero para dolorosa ironía, mientras nuestras autoridades -nacionales e internacionales- hacen todo lo posible para impedir que otros lleguen hasta la atalaya desde la que vemos el mundo, comentaristas hay que se alarman y gritan por los rincones ante el inminente suicidio demográfico al que Europa, y España en particular, se abocan. Miran algunos los campos que antes fueron fértiles y ahora languidecen desatendidos; lamentan que lo antaño fecundo, sea hogaño yermo y que se vacíen de vida los pueblos. Y para ponerle remedio se juntan y elaboran complejas e inútiles agendas destinadas a atraer a quien no quiere venir y a cerrar la puerta a quien quiere entrar. Suspiran por el envejecimiento de la población a la vez que estigmatizan a los miles de jóvenes que ven desde el otro lado del Estrecho, como diría Octavio Paz, que “muere de sed el mar”. Y todo ello, nuevamente el mismo poeta que me permite titular esta columna, sin percartarse que “es un desierto circular el mundo.” En esta última colaboración antes del verano, tal vez lo único que se pueda decir, con palabras prestadas de Caballero Bonald, es que en este tiempo que nos vienes, sean “bienaventurados los insumisos.”

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