"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 18 de octubre de 2011

BAJO LA MESA

En los últimos meses las denuncias sobre opacidad en la toma de decisiones que afectan a numerosas personas se han ido sucediendo a vertiginoso ritmo. Si Transparencia Internacional acusa a las petroleras mundiales de ocultar sus operaciones financieras desglosadas por países, la Asociación Española para el Derecho Internacional de los Derechos Humanos se queja en las Naciones Unidas de la falta de transparencia de que hace gala el gobierno español respecto de los Centros de Internamientos para Extranjeros. Accionistas de Sacyr acusan al presidente de su empresa de ahorrarse todas las explicaciones que puede. Asociaciones de consumidores, como Facua, evidencian la forma en que numerosas entidades financieras han hurtado información necesaria a quienes han contratado una hipoteca. No extraña, por tanto, que un conocido economista, de efímera carrera política aunque otrora fuera diputado conservador, achaque parte de la crisis económica que nos asedia a la desconfianza que esas mismas entidades han propiciado debido a su falta de claridad.
            No está demás, pues, preguntarse si esos mismos comportamientos, multiplicados por doquier en la administración, no generaran efectos análogos. A fin de cuentas, el oscurantismo parece recorrer todo los espectros ideológicos y económicos. No falta quien desde la oposición, no importa el color, se queje con razón de que gobernantes hay que ocultan salarios y gastos, mientras reverdece un nepotismo que garantiza que sólo la familia se entere de ciertas cosas. Leyes hay, como la de Economía Sostenible, que se encallan por la falta de claridad de miles, y no es exageración, de ayuntamientos, también de amplia gama partidaria, que no presentan sus cuentas (lo que casi es mejor que falsearlas, práctica a la que otros se han visto abocados).
             Y, mientras, los dirigentes políticos, que tiempo ha que dejaron de ser líderes sociales,  se reúnen en secreto para pactar lo que nos conviene, pero sin preguntárnoslo por si acaso no estamos de acuerdo. Igual da que se trate de indemnizaciones millonarias, de contratar a un primo, “encauzar” el fin del terrorismo o cambiar una constitución. Todo bajo la mesa. El problema no es el dinero, que también; es el modelo. Un modelo que, cual barón de Münchhausen, se autoreproduce porque en él se mueven como pez en el agua los que omiten que su poder es delegado y transitorio. Un estilo de gestión, en suma, que olvida, o simplemente no tiene en cuenta, que la opacidad siempre genera corrupción.