"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

lunes, 24 de marzo de 2014

EMPRENDE QUE ALGO QUEDA

En los últimos meses, años diríamos mejor, el conjunto de las administraciones del Estado –desde la central a las municipales pasando por las autonómicas y hasta las provinciales- han implementado medidas variadas para promover lo que les ha dado por llamar “cultura del emprendimiento”. Todas estas medidas vienen a sintetizarse en una sola idea: si usted es capaz de crear su propio empleo, nosotros le damos algo de dinero. Ojo, no se lo ponemos más fácil, como cualquier emprendedor puede atestiguar, se lo subvencionamos, aunque más bien tarde. Bienvenidos sean, habrá que decir, cuantos instrumentos contribuyan a crear empleo y, por ende, a ayudar a la gente a dotar de sentido al olvidado artículo 35 de la Constitución: “todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia.” Ese artículo, por cierto, que no sólo exige trabajo sino trabajo con salario digno.
Pero, reconozcámoslo, debieran hacer menos fiestas los inauguradores profesionales cada vez que un emprendedor, con su esfuerzo, es capaz de crear su propio trabajo. En última instancia, ese modelo conlleva, aún con escasa subvención, un no explícito reconocimiento del fracaso del Estado (en todos sus niveles) porque es la ejemplificación más clara de lo que ahora, para vender gato por liebre, algunos llaman externalización. Dicho en claro, el Estado asume que no es capaz de crear trabajo –ni las condiciones para que lo haya, que con eso posiblemente sería suficiente en estos tiempos en que se destruyen las que lo posibilitan-. La contrapartida al reconocimiento de esta incapacidad, de esta renuncia, es propiciar lo que en román paladino pudiéramos resumir diciendo que “cada quien se busque las gallinas donde pueda”. Y si alguien las encuentra y se autoemplea, le daremos una palmadita en la espalda y aprovecharemos para ponernos otra medalla.
Aún cuando justo es alegrarse de que alguien pueda abandonar la infausta lista de los que buscan trabajo sin hallarlo, el favorecimiento de ese tipo específico de emprendimiento que incluye la alabanza de una forma de pensar que defiende que cada quien debe ser un self made man, que lo comunitario debe pasar a un segundo plano ante la individualidad, supone una burda privatización instalada en las estructuras mismas del Estado. No se privatiza, ciertamente, éste o aquel servicio, sino algo más sutil. Este gobierno, siguiendo la estela del anterior, privatiza la salida de la crisis: el que pueda con sus propios medios, que salga adelante y el que no, perezca que la culpa es solo suya. La renuncia a crear condiciones para empleos dignos incluye, por tanto, abdicar de cualquier aspiración al bienestar social entendido como riqueza común y su sustitución por la loa a la mera búsqueda individual de la riqueza. No están, prosiguen los que se llaman "neutrales" y actúan a beneficio de parte, las instituciones para corregir las condiciones que permitan que todos los seres humanos partan en condiciones semejantes, sino para mantener el status quo.
No quiero, no vaya a asustarse a estas alturas alguien, decir que el gobierno del país, y algunos más de otros niveles, estén practicando una suerte de anarquismo reaccionario al estilo de los republicanos norteamericanos que con tal de acabar con las estructuras del Estado son capaces de aniquilar la sociedad. Más bien se trata de recordarles, ya que parece que tienen amnesias selectivas, que participan de una visión del mundo pseudocientífica que bebiendo del positivismo decimonónico y de ciertas variantes de eso que llaman darwinismo social, nos quiere hacer creer que si en la naturaleza el pez grande se come al chico, así debe ocurrir en la sociedad. Pero tal intento se deja de fuera de la práctica política, y hacerlo es optar por un modelo político determinado, aquello que debiera ser primero: la condición humana que se predica de las personas. Y la frase no es redundante cuando algunos solamente ven números donde debieran contemplar caras. 

lunes, 10 de marzo de 2014

EL MAQUILLAJE DE LAS ESTADÍSTICAS DE VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Periódicamente, dos veces al año al menos, los medios de comunicación en su conjunto se escandalizan por la violencia que sufren las mujeres. Se llenan en tales ocasiones de estadísticas que pretenden que oyentes, espectadores o lectores se den cuenta de la magnitud del problema. Pero ninguno, o casi ninguno, justo es señalarlo, dice a continuación que las estadísticas oficiales al respecto sufren un maquillaje que no es precisamente el de la señorita Pepis. Tal vez porque si supiéramos las cifras auténticas tendríamos que asumir la enorme hipocresía de quien se da golpes de pecho por marzo y noviembre y los tolera el resto del año. Incluso no falta quién se ufane de que, a pesar de las terribles noticias diarias, estamos mejor que tal o cual país y no ocupamos tan mal lugar en no sé qué rankings. Se dejar caer así un velo de exculpación sobre el conjunto de la sociedad y se culpabiliza solo a los asesinos eximiendo a los cómplices. Entre los que, de paso sea dicho, están muchos de los que, tras el lamento farsante, se aplican con vehemencia –ya saben, la crisis- a clausurar centros de atención a las mujeres, eliminar encubierta o explícitamente programas contra la violencia machista o reducir casi a la mitad el presupuesto en materia de igualdad.
Dicen que sobre la cuestión tenemos una legislación avanzada y seguro que es verdad. Pero no lo es menos que hay una continua confusión entre violencia machista, violencia de género y violencia doméstica que, o no sabemos, o no queremos deshacer. Que la antropología y sociología del pasado siglo propiciaran una categoría relacional -“género”- con sus connotaciones de construcción psicosocial y cultural, permitiendo  que se redujera una visión del cuerpo de las mujeres que se centraba exclusivamente en el “sexo” biologizado y que, por ser amables, podríamos llamar “medicalizada”, fue avance. Pero insuficiente. Insuficiente porque la confusión antes referida impide un tratamiento integral del problema. La identificación de la violencia machista y la violencia de género (que no son lo mismo pero se aproximan) con la violencia doméstica (que es relativamente diferente) permite maquillar, como decía más arriba, las cifras para redondearlas en cifras insoportables pero, paradójicamente, asumibles. Y ello porque dentro de esa categoría no entran cientos de muertes que cada año se producen. Si una mujer que ha sufrido violencia de manera sistemática durante años, se suicida por no aguantar más –y dicen las cifras que seis de cada diez lo intenta-, eso no es, según las estadísticas violencia de género sino “muerte por otras causas”. Si un hombre mata a una prostituta a la que ha contratado, eso no es, en la misma contabilidad, violencia de género, sino homicidio. Aunque no haya contratación de por medio, cualquier asesinato de mujeres que se produzca en una “relación casual” no es, según las estadísticas, violencia de género porque no media la estabilidad que ese concepto presupone en una relación de pareja. Como tampoco es violencia de género que un varón mate a una compañera de trabajo salvo que se pueda probar que tenían una “relación” sentimental estable. Así es que contamos aterrados sin ser plenamente conscientes de que nos dejamos fuera de la cuenta una gran mayoría de muertes (el número de mujeres que se suicidan anualmente multiplica por 10 el de las que mueren por violencia de género y, un elevado porcentaje, no sabemos cuál, lo hace por haberla sufrido.) Así pues, si queremos evitar que lo intolerable sea tolerado, va siendo hora de que la Ley Integral de Violencia de Género, en lugar de acotarse, se haga de verdad integral ampliándose para incluir cualquier violencia contra las mujeres sin limitarse a aquella que se sufre dentro del hogar o en "relaciones estables". La violencia machista es mucho más amplia que la violencia doméstica, pero parece que se quieren confundir una y otra porque, da la impresión, de que algunos les preocupa más la  posible desestabilización de la institución familiar que lo que realmente les ocurra a las mujeres.