"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

jueves, 21 de junio de 2012

LA NEOLENGUA


         Pasar un día ante la puerta de la Cartuja granadina y al siguiente de la burgalesa de Miraflores invita a pensar si uno se encuentra perdido en el mundo. O, cuando menos, si será menester, como indican los cartujos, usar las palabras solo para aquello que sea imprescindible o incluso si tendría razón Wittgenstein al concluir su Tractatus logico-philosophicus con la lapidaria invitación al silencio. Mas, como quiera que el vienés en sus posteriores Investigaciones filosóficas nos invitó a pensar que si existe lo social es porque los humanos nos hablamos y, al hacerlo, construimos colectivamente la sociedad, tal vez fuera bueno prestar atención a estos nuevos juegos del lenguaje cotidiano destinados, como en la neolengua imaginada por Orwell en su 1984, a generar nuevas realidades por el procedimiento de cambiar los significados.
Así, soslayando todo lo que el diccionario dice que significa “austeridad”, se cercenan con el paraguas de este nombre derechos que, si se creían básicos e inalienables, están hoy en almoneda. El anterior presidente de gobierno hablaba de desaceleración para no mentar la crisis. El actual de ajustes y reformas para no hacer lo propio con los recortes. Se llama izquierda radical a un partido griego que defiende, coma arriba coma abajo, lo mismo que el socialista cuando está en la oposición (que, por cierto, no es lo mismo que lo que decía cuando gobernaba), o se llama moderado a un político que ha cambiado tres veces de opinión en un año y que es, en muy buena medida, responsable de lo que actualmente acontece en su país. Se piden menos políticos en el gobierno y más tecnócratas cuando, cosas de la vida,  el ministro de economía y media docena de secretarios de estado, fichados de algunos de los consejos de administración que han arruinado, son genuinos representantes de esa tecnocracia que los que siempre desconfían de la democracia quieren imponer. O, puestos a meterse con todo, pues todo español que se precie, de derechas o de izquierdas, mantiene en su vida un punto ácrata, se clama contra todos los políticos sin distinción metiendo en el mismo saco al que ha hecho de la acomodación al buen sueldo, aunque exija cambiar de criterio pues el único que tiene es decir a quien manda y le garantiza el puesto,  y al concejal de pueblo que mantiene con su esfuerzo y, a veces, su bolsillo, al ayuntamiento de su localidad.
Y así, en una época de crecimiento económico negativo, lo que siempre hemos llamado ir cuesta abajo, lo que descubrimos es que los que a diario anhelan embelesarnos con su pomposa neolengua, lo único que pretenden es aturullarnos, es decir, confundirnos y engañarnos para que no sepamos qué hacer o qué decir. Tal vez hoy día lo primero que hay que exigir a quien nos gobierna, en cualquier nivel de arriba a abajo y de abajo arriba, es que llame al pan, pan, y al vino, vino. Aunque eso le cueste el puesto. Tal vez, también, la resistencia más eficaz a tanta tropelía comience justamente por lo mismo: decir que los pájaros son pájaros y no "pío-píos".

lunes, 11 de junio de 2012

EXPECTATIVAS


        Si bien hace ya más de dos siglos que existen mercados de futuros sobre materias primas, productos agrícolas y otras mercancías (ya saben, no se compran o se venden las patatas que hemos recogido sino las que ni siquiera hemos plantado), en las dos últimas décadas este tipo de operaciones, tan arriesgadas como rentables, se han trasplantado con éxito a los productos financieros. Pero a medida que la mayor rentabilidad económica se conseguía especulando con lo esperado, tan real como intangible, la expectativa se convertía en elemento fundamental para guiar los mercados. 
        Poco a poco, muchas personas dejaron de comprar sus viviendas por la comodidad que le ofrecían para vivir y pasaron a hacerlo por la expectativa de la ganancia, es decir, por el precio en que calculaban que se podría vender. Y así, pasito a pasito, las cosas en su conjunto dejaron de valer lo que cuestan para pasar a valer lo que se espera que valgan. Si se cree que algo valdrá mucho en el futuro, comenzará a subir ahora su precio. Si, al contrario, se piensa que con el paso del tiempo, nada valdrá, su depreciación se iniciará de inmediato. 
         Pero, más allá de la fortuna o miseria que alguno pueda conseguir con sus apuestas, el problema con el que nos enfrentamos en nuestra provincia y su capital es que, afuera, han decidido que poco es lo que valdremos en el futuro. Y como tal piensan, aunque eso contribuya a que nos vaya peor, en coherencia actúan: ni autovía, ni tren, ni mano de obra especializada (alguno se ufanó no ha tanto de su baratura), ni nuevas empresas. Y adiós, eso sí, a las viejas de aquí, abandonadas por una caja regalada que les negó liquidez cuando todavía tenían futuro. Porque ni los de acá ni los de acullá parecen creer en el de una ciudad y provincia excluidas, ahora como antes, de los presupuestos generales del Estado y de los de la Comunidad Autónoma. Lo malo de las profecías autocumplidas, de cuyo riesgo ya Kant nos advirtió, es que, a veces, efectivamente se cumplen. Y por eso, mientras en otros lugares deja el paro de crecer, aquí no toca fondo. Y ahora hemos perdido, además, la última herramienta, tan falaz como dramática, para combatir el paro. Durante años nuestros próceres sacaban pecho para decir que la tasa de paro de Ávila era más baja que la de otros muchos lugares. Pero, se callaban que así era sólo porque la gente se marchaba de aquí. No había parados porque, mientras en otros lugares se recibía población, aquí se expulsaba. Y ahora ese momio se les acabó porque ya  no hay dónde ir y los más jóvenes han de quedarse en casa de sus padres para poder sobrevivir.
         Estamos en el límite del no retorno. O las autoridades, de todos los niveles, dejan de mirarse el ombligo y de jugar a intrigas palaciegas –del cómo me la maravillaría local hasta el presidente de la Junta se ha quejado diciendo que las decisiones que éste y aquél tomaron sólo buscaban "salvar sus posaderas"- y se ponen de verdad a trabajar en lo que toca –generar empleo- o, con suerte,  la provincia de Ávila será una gigantesca  residencia de ancianos.