"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

viernes, 5 de julio de 2013

Diego Rivera en Ávila

    6 de Septiembre de 2012. Ante víspera de la fiesta de Nuestra Señora de la Cabeza en Ávila, Andújar y cuantos lugares se la venera. A miles de kilómetros, en la Colonia Lomas de Chapultepec, una de las más lujosas de la capital de México, se espera que La Virgen de la Cabeza, de Ávila, el óleo que en su día pintara Diego Rivera, se convierta en la estrella de la “Subasta de Arte Mexicano y otros artistas”. Decían los medios de comunicación en los días previos, que habría quien pagara más de doscientos mil euros por la obra pintada por el de Guanajuato en su visita a nuestra ciudad allá por 1907. Mas la prospectiva es extraño artificio y por encima del precio de salida no pujaron ni tan si quiera los especuladores de obras de arte tan de moda en estos días y que algún célebre preventivo presidiario ha hecho famosos. Así pues, la imagen mariana del retablo y la abulense devota que le acompaña quedaron para ulterior ocasión. Dos meses después habría de llegar ésta, pero ya no sería la Virgen de la Cabeza la protagonista de la subasta. Pronosticaban los augures que en esa ocasión el precio que alcanzaría el cuadro del mismo autor denominado, por obvias razones, La catedral de Ávila, andaría en los 400.000 dólares.
   Mas como todo en la vida de Rivera, cinco veces casado, dos de ellas con Frida, las cosa se embrolla de tal modo que la “fiscalía central de investigación para la atención de delitos especiales y electorales” interviene tras una denuncia que alega que el propietario no es quien dice serlo y que pide, infructuosamente, que la casa de subastas acredite suficientemente la propiedad del lienzo. Tantas veces se duda de quién es el autor y aquí que se sabe, se ignora quién es el propietario. Cosa de herencias. Pero grave asunto por tratarse de un pintor cuyas obras son consideradas en México desde hace más de seis décadas “Monumento Artístico de la Nación”. Como fuera, transitoriamente, la sede de la fiscalía mexicana devino centro de depósito de museo como el que en su día prometieron sucesivos gobiernos que habría en Ávila y nunca llegó.
    Diego Rivera, o para las cosas del bautismo Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, el más conocido muralista mexicano, el hombre que escandalizó a propios y extraños al atreverse a pintar el retrato de Lenin en el hall del Rockefeller Center neoyorkino; el mismo que pintara el deslumbrante Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central y los sugerentes murales del Palacio Nacional mexicano, había iniciado su andadura europea en nuestro país. De la mano de Chicharro, su maestro en Madrid hace poco más de un siglo, llegó a Ávila donde quedó deslumbrado por la luz que aprisiona en su paisaje del Valle Amblés cruzado por un Adaja de meandros e islas que anuncian su escasa profunidad. La misma luz que aparece en su cuadro Camino de las afueras de Ávila, en el que llama Calle en Ávila y, oscurecida, en los centelleos nocturnos que, con otra perspectiva de la calle del Humilladero, permiten intuir los ábsides de San Vicente 
   Lástima no tener aquí un museo que acogiera, aunque fuera en temporal exposición, estos cuadros u otros del mismo tenor y diferentes autores y épocas. Pena de no ser un referente cultural en España a pesar de los aislados esfuerzos de nuestros artistas.