"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

viernes, 19 de abril de 2013

El maravilloso mundo de Oz


    Algunos años antes de que Bettelheim escribiera su Psicoanálisis de los cuentos de hadas abriendo nuevas perspectivas respecto del genuino significado de las narraciones populares y folklóricas, valga la redundancia, Henry M. Littlefield ya nos había advertido de algunas de las ocultas alegorías que se encuentran  somewhere over the rainbow, en algún lugar sobre el arco iris por el que caminaba Judy Garland camino de Oz. Porque, ahora que los productores, al hollywoodiense estilo, nos quieren convencer de que toda la vida es un musical y nos aturrullan con secuelas y precuelas, para ver si algo cuela y nos despistamos de lo importante, no está de más recordar The Wonderful Wizard of Oz, la novela que al frisar el siglo XX escribió Lyman Frank Baum. Seguimos así el consejo del genial Martin Gardiner quien ya nos dijo  que Baum era tan afecto a la tolerancia como a la burla del nacionalismo estrecho y el etnocentrismo. Algo, por lo demás, tan necesario en estos de ombliguismo.
   Dorothy, campesina de Kansas, parte con su perro a buscar un lugar menos duro que el campo, un lugar sobre el arco iris en el que se pueda vivir de modo más alegre que en el siempre esforzado medio rural. Un campo, nos recuerda, en el que su tío jamás ha podido reir abrumado por las preocupaciones. Dimes, diretes y tornados después,  la mozuela, queriendo o sin querer, parece haber matado a la bruja del este –siempre hay que sospechar de lo que viene de oriente- y ha de escapar de la del oeste –no menos perversa, como todo lo que de ese rumbo llega-. Así pues, escéptica sin pretenderlo, aprende la buena muchacha que ni los gobiernos del este ni los del oeste son de fiar. Menos mal, que queda la Ciudad Esmeralda, aquella en que, en contraposición al reseco paisaje meseteño, brota la leche y la miel; aquella, en suma, donde vive el mago de Oz. 
   Lo que en el camino acontece es conocido por todo lector o veedor de la película. Caminando, caminante no hay camino, se encuentra con toda la sociedad de su época o de la nuestra. Primero aparece el hombre del campo, el  agricultor. Bueno, tal parece porque así se viste. Es nada menos que un espantapájaros anhelante de cerebro y crítico de aquellos que le atribuyen una ignorancia de la que se mofan. Porque siempre ha habido en las ciudades quien ha creído que el campesino poseía solamente una rudimentaria inteligencia. Todavía este país encumbró, no hace tanto, a cómicos cuyo único éxito era imitar a estereotipados hombres que del campo llegaban a la ciudad en los años 60 del pasado siglo. ¿Te acuerdas, Ramona?
  Aparece luego el robot, hombre de hojalata, es decir, el trabajador manual tayloriamente explotado. Ese que anhelan algunos empresarios que, sin empresa, dicen representar a los que se juegan su tiempo y su dinero creando riqueza. O sea, el trabajador que no tiene sentimiento ni pasión y del que lo único que interesa es su eficacia al menor coste posible. O dicho en términos clásicos, el trabajador alienado.Y si el labrador se empeña en mostrar su inteligencia, el obrero que quieren de hojalata enseñará su condición humana a través de su corazón. Y con ellos, un león cobarde, el rey de la selva nada menos; un león que ruge y no asusta porque ha perdido su corona en cacerías de cuadrúpedos y otros bípedos cuyo apellidos nos hacen rememorar al filósofo vienés enredado en su Tractatus.
   Y todos juntos, cantando alegremente por el camino del patrón oro, representado por el camino de baldosas doradas, llegan a la Ciudad de la Esmeraldas, la ciudad que creen verde esperanza. Más ay, que es verde por el color del dinero, del billete de a dólar. Y allí no están ni Tom Cruise ni Paul Newman dirigidos por Martin Scorsese. Quien en tan deslumbrante ciudad habita es nada menos que el presidente, digo el mago de Oz. Pero, prestidigitador descubierto, el mago, presidente de turno, repite una y otra vez a quien a él se dirige, “soy como tú”, “sólo soy un hombre más”. Y se queja de que le quieren hacer un escrache mientras huye. Pero el hombre apegado a la tierra, vale el espantapájaros, acostumbrado a mirar al suelo y esperar del cielo, le espeta: “eres un farsante”. 
   Menos mal que Baum sólo escribió un cuento. Menos mal que fue hace más de un siglo y que solo es, hoy, un musical. O quién sabe.