"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

viernes, 30 de enero de 2015

NO SIEMPRE 4+1 ES IGUAL A 3+2

Nuestro ínclito ministro de educación, cultura y deporte, ha tenido una nueva ocurrencia –o tal vez haya sido alguien de su equipo y él sólo la expone-. Resulta que no le gusta el sistema universitario de Bolonia, así es que  ha decidido que va a sustituirlo por otro. No pretende ajustar aquello que no va bien, algo que sería razonable. Sino directamente cambiarlo. De cabo a rabo. Cómo. Sustituyendo los grados de cuatro años, seguidos de un máster de uno, por otros de tres años, más dos de máster. Con ello, caso de que se implantara, tendríamos algunas universidades en el país en las que simultáneamente habría licenciaturas de cinco años a punto de extinguirse, grados de cuatro y grados de tres. Y máster de uno y de dos.
Dicen los listos de ministerio que así iríamos a la par que Europa. Que nuestros hijos tardarían menos que ahora en llegar al mercado laboral. No hay duda que resulta necesario renovar continuamente la universidad. Pero menos aún la hay de que no se pueden hacer cambios drásticos sin previamente evaluar si lo que hay funciona o no. Sin embargo, el sistema que nos impuso el anterior, el famoso plan Bolonia, está tan recientito que todavía no ha dado tiempo más que a que comience a dar sus primeros frutos. Es más, universidades hay donde está comenzando a implantarse ahora. No ha habido tiempo, por tanto, para evaluarlo y mucho menos para tener una visión de conjunto. Intuimos, pero no sabemos, qué va bien, qué va mal y qué ni siquiera va. Sabemos, eso sí, que tras los grados boloñeses, los máster multiplicaron sus precios al ritmo que bajaban las becas. Se pretende ahora que estudie la mocedad tres años de universidad al cabo de los cuales en la mayor parte de las disciplinas estarán sin apenas preparar. Volverán, por tanto, pero camufladas y con nombre cambiado, aquellas diplomaturas que hubo que transformar y pasar a licenciaturas porque no había tiempo para formarse.  Eso sí, los graduados con tres años, si quieren entrar en el mercado laboral, se verán abocados a realizar un máster. Cuánto tiempo: dos años. Vaya, los cinco de antes. La diferencia es que los dos años de máster costarán un pico. Pero nadie podrá quejarse porque la enseñanza básica universitaria –el grado- solo serán tres años y, en todo caso, quien quiera máster, ya sabe: que pida un crédito-matrícula y arreglado. Así, no siendo que vayan a quebrar, echaremos en manos de los bancos a los jóvenes sin que tengan que esperar algunos años más.

Ya puestos, alguien se ha preguntado en ese ministerio si están ahora mismo las ahogadas universidades en condiciones de asumir cambios drásticos dedicando parte de su personal a pensar en nuevos planes educativos, ofertas, estructuras, etc. Parece que no. Aún más. Se han preguntado acaso, y esto es lo relevante, si sustituir el 4+1 por el 3+2 mejorará la calidad de la enseñanza universitaria o si meramente permitirá ahorrar a las universidades por la vía de la reducción de plantilla mientras se expulsan jóvenes que no puedan pagar las tasas. No extraña que a las universidades españolas les cueste estar en los mejores puestos de los rankings internacionales: cada ministro que llega trae una varita mágica bajo el brazo que todo lo cambia y que obliga a las universidades a dedicar más esfuerzos y presupuestos a contentar a los nuevos ministros, es decir a ajustarse a las normas que cambian cada día, que a investigar o a mejorar la docencia.



miércoles, 7 de enero de 2015

¿ACASO NO SON HOMBRES?

 La  Española. Cuarto domingo de adviento. 21 de diciembre de 1511. Fray Antonio de Montesinos sube al púlpito de una iglesia abarrotada en cuyos primeros bancos se sientan las autoridades, incluido el Almirante Diego de Colón, gobernador de la isla. Año y medio antes, en compañía de fray Pedro de Córdoba, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor, había partido desde el convento abulense de Santo Tomás  –en cuya puerta se les recuerda con un monolito-. Montesinos se dispone a hablar en nombre de la comunidad dominica que lo ha elegido como portavoz para la prédica dominical. Mira a la concurrencia y les exhorta a que presten atención porque van a oír  la palabra “más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír.” Antes de que los atónitos mandarines comiencen a moverse inquietos en sus asientos, la voz del fraile les advierte de que “todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes.” Y recordándoles a los taínos que tan mal trataban, les inquiere “estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? Tened por cierto, que en el estado que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo.”

Quinientos tres años después, puede uno imaginarse a Montesinos al pie de las vallas melillense o ceutí gritando lo mismo: ¿acaso no son hombres? Pero seguro que el dominico, viendo las heridas provocadas por las concertinas, no lanzaría tales diatribas contra los agentes que cumplen órdenes, sino contra quien se las ordena desde un confortable despacho de Madrid antes o después de ir a misa. Más de uno, viendo a esos uniformados, recuerda aquello del Mío Cid de “qué buen vasallo, si oviesse buen señor.” Pero, el señor de marras está enredado en el arte de la confusión de causas y efectos y buscando qué prohibir. Porque con la ley mordaza, ese “monstruo jurídico” que ha pasado recientemente por el congreso, el buen fraile Montesinos podría ser sancionado por ofender a España. Máxime, si tenemos en cuenta que ante las amenazas que las autoridades vertieron contra los dominicos amenazándolos con expulsarlos de la isla, los frailes volvieron al siguiente domingo, 28 de diciembre, con un sermón en el que erre que erre, denunciaban los atropellos que cometían los que olvidaban los derechos que los seres humanos tienen por el simple hecho de serlo.

Omisión que, por lo demás, parece que ocurre frecuentemente en el ministerio del interior. Un derecho es un derecho y por mucho que nuestros diputados aprueben leyes que pretendan obviarlos, no desaparece en el agua, como  lo han hecho cerca de 20.000 personas que en el último decenio han dejado su vida en aguas territoriales españolas en su intento de llegar a la costa. Recomendable sería pues que estos adalides de la inmaculada constitución, para lo que quieren, se la vuelvan a leer y redacten  leyes, si preciso es, que sean acordes con su espíritu y su letra. Leyes que no la contradigan. Y por si algún desmemoriado hay entre los que la muestran pero no la abren para leerla, puede recordárseles que dice uno de los artículos de la mentada carta que “las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España.”  Si no la cumplen, por mucho que la tengan en la boca, no se quejen después de que cada vez haya más personas que pidan que se cambie total o parcialmente.