"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

lunes, 11 de enero de 2016

Comenzamos

Arrancó ayer un nuevo año por mor de las veleidades del calendario y de quienes estipularon que así contaríamos los días y las noches. Por cierto que no siempre fue así porque los romanos, tan denostados como alabados según convenga, tenían inicialmente diez meses y, faltándoles enero y febrero lo comenzaban irremisiblemente el primero de marzo. Pero llegó Julio César y dijo que mejor enero. Y enero, pues. O casi. Porque desde entonces el calendario ha sufrido tantos vaivenes como las vidas de los que arrancan sus hojas. Seguimos teniendo un mes séptimo, octavo, noveno y décimo (septiembre, octubre, noviembre y diciembre), pero con doce meses.
Tantas vueltas da esto de contar los días que nuestros vecinos ingleses tuvieron en 1752, como quien dice ayer, grandes manifestaciones en las calles al grito de “devolvednos nuestros once días”. Solo porque el gobierno tuvo la ocurrencia de que al 2 de septiembre le siguiera el 14 para ajustarse al ritmo de los astros que seguimos cuando nos apetece. Y justo en el mismo año en que se decidió pasar, en el mismo país, el arranque anual del 25 de marzo al uno de enero (lo que hizo que en 1752 entre ajuste y ajuste, en Albión tuvieran un año de 282 días). Cosas de un Lord Chesterfield empeñado en que las ciencias nos acerca más a lo que buscamos que las creencias asentadas en prejuicios diferentes.
Claro que podíamos contar según las cuentas de James Ussher, el arzobispo de Armagh, en Irlanda, que, allá por el siglo XVII, leyendo la Biblia con más detenimiento del usual llegó a la convicción de que Dios habría creado la tierra el sábado 22 de octubre del 4004, a.C.. Nos impediría esto hablar de verracos, castros, vetones y esas cosas de la arqueología, pero qué se le va a hacer. Ya de paso, recuerden los negacionistas del cambio climático que siguen empeñados en ir contra esas ciencias, que decía el arzobispo en cuestión, que el diluvio universal acabó el 5 de mayo del 2348 antes de Cristo. No sé si por la mañana o por la tarde.
 También podemos contar, como cada vez más se estila entre los próceres de nuestra sociedad, al estilo Cholo: “partido a partido”. Cosa que está muy bien porque se evita uno frustraciones innecesarias. Pero se olvidan quienes eso dicen y (des)gobiernan que hasta el Cholo tiene un objetivo a medio (o largo) plazo y que lo que cuenta partido a partido es lo lejos (o cerca) que está de conseguirlo. Es decir, olvida más de uno de los que está en la obligación de tomar decisiones en pro del bien común, que hay que tener objetivos a corto, medio y largo plazo. Que no se puede gobernar pensando en que me quedan dos o tres años para las elecciones. Que si no pensamos en cómo queremos que sea nuestra ciudad, nuestro país, dentro de veinte años, y simplemente sacamos el día a día, nos vemos obligados a dar más pasos vacilantes que con la yenka. Porque cuando el acontecimiento gobierna la vida, esta es gobernada por él y, por ende, se escurren los principios por cualquier sumidero. Cierto que podemos abrazar una suerte de postmodernidad que no es tal sino mero acomodamiento y repetirnos que en esta sociedad los principios ya no se usan. Lo que no deja de ser paradójico a principio de año. Pero, o sabemos dónde queremos ir u otros se encargarán de llevarnos donde a ellos les interese. Después, nos quejaremos pero  habrá tanta dificultad para volver como para comunicarnos por tren con Madrid.
Que 2016 sea propicio para los lectores de Diario de Ávila y sea el primer año de muchos mejores.