"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

jueves, 15 de octubre de 2015

LA LÍNEA ESTÁ TRAZADA

Resulta comprensible que los protocolos de actuación que las autoridades aprueban para actuar ante problemas sociales que afectan a un gran número de personas fijen una cifra, una cantidad, para que la acción se desencadene. Ahora bien, caer en el fetichismo del número puede provocar efectos absolutamente contrarios a los que se busca. Tal ocurre, por ejemplo, cuando se fija con criterios técnicos un número mínimo de personas que sufren hambre para considerar que en cierto lugar hay una hambruna. No parece ni prudente ni próximo a la moral, sea esta cual sea, esperar a que la tasa de mortalidad infantil sobrepase un determinado nivel para actuar. Y, sin embargo, así se hace. Si mueren 999.999 personas, pongamos por caso, no hay hambruna –sólo hambre generalizada-, y no se actúa. Con un muerto más, llegamos al millón y entonces sí. Todos a correr y llenarse la boca de grandes palabras para tapar la desvergüenza de no haber hecho nada antes. ¿Cuántos muertos caben en las conciencias de esos dirigentes mundiales, europeos, nacionales y del resto de los niveles de poder y administración que antes de decidirse a actuar calibran en una balanza los costes y beneficios? 
¿Qué es más barato, se preguntan, gastarse 98 millones de euros, que han costado las concertinas de la frontera húngara, o acoger a los refugiados que llegan? Si a Melilla llegan 100  refugiados huyendo de la persecución y del hambre es una avalancha, dicen, y mandan a la policía, que a la fuerza obedece, contra ellos. Pero si son mil, la cosa cambia porque es una tragedia y hay que poner en marcha todos “los mecanismos posibles para ayudar”. Duele tanta hipocresía que considera que un número limitado de muertos son aceptables a la hora del telediario, siempre que no excedan de un número mágico tan cambiante como las necesidades políticas.
Cierto que no es lo mismo huir por hambre que por persecución política. Pero avergüenza que los gobernantes de una tierra en la ambas se sufrieron pierdan el tiempo en disquisiciones nominalistas intentando discernir si los que nos piden ayuda son galgos o podencos. Más todavía con el ejercicio de desmemoria que hacen algunos diputados y senadores recurriendo a baratos exorcismos para alojar en el fondo de un baúl perdido el sufrimiento de muchos. Me refiero a los que de esta tierra tuvieron que salir. Casi medio millón de personas en pocos meses  (las autoridades francesas contaron 440.000 españoles cruzando la frontera en los primeros meses del 39). Y todavía hubo de verse, pregunten a los más mayores, como otros miles morían de hambre en los años siguientes (Michael Richards, en su libro A Time of Silence: Civil War and the Culture of Repression in Franco’s Spain, 1936-1945, cifra en más de 200.000 el número de españoles que murieron de hambre entre 1939 y 1945). 
La historia, esa que conocemos de sobra, aunque no suficientemente; esa que nos empeñamos sino en repetir sí en hacer que rime continuamente, según expresión atribuida a Mark Twain, nos enseña que muchas de las grandes hambrunas que llevaron a la desnutrición o muerte de miles de personas fueron provocadas artificialmente. Es decir, no  ocurrieron como efecto de supuestas “causas naturales”, como inundaciones, frío extremo o calor infernal. Fueron fruto de decisiones políticas injustas o irresponsables (valgan como ejemplo la soviética de comienzos de los 30 o la española de los años 40). A pesar de ello, sigue la rima que rima. Gobiernos europeos, también el nuestro, que se venden como paradigma de lo democrático, siguen apoyando a dirigentes de toda laya y condición que adoptan en sus países decisiones encaminadas directamente a provocar el desplazamiento forzoso de miles de personas a las que condenan al padecimiento extremo. Tormento que se acrecienta con la ignominia de no ser considerados seres humanos por aquellos que deben recibirlos. Pero, cuidado, porque, como dijo el cansautor en la misma canción de la que se toma el título de este escrito, “no habléis demasiado pronto, porque la ruleta todavía está girando. Y nadie puede decir quién es el designado, que el ahora perdedor, será el que gane después.”