"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

lunes, 22 de junio de 2015

El Angelus Novus abandona el pasado

Solo han pasado tres meses desde que la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN por sus siglas en inglés) advirtiera en su informe anual de que la privación material severa se ha incrementado en España en un 38% en los últimos años.  Traducido a personas quiere decir que unas 800.000 más se han sumado a la larga lista de quienes tienen dificultades para abonar sus pagos cotidianos y no digamos ya los imprevistos. Más o menos en las mismas fechas, el Instituto Nacional de Estadística, el INE, alertaba de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Sabemos, así nos lo han contado estos días, que el número de millonarios aumenta en España hasta conformar un colectivo de más de 465.000 personas, según Credit Suisse, de las que casi dos mil tienen una cuenta que sobrepasa los cincuenta millones de dólares. Eso hace que en torno al diez por ciento de la población posea el 56% de toda la riqueza.
Ahora bien, cada vez que se unen estas dos noticias en una misma página para mostrar que el incremento de la desigualdad es galopante en nuestro país, aparece algún listo que dice que eso es demagogia. Que, por supuesto, hay libertad de expresión. Y se puede contar, aunque moleste, que ASAJA ha ganado las elecciones en la Diputación de Ávila sin presentarse. También se puede decir, por ejemplo, que el gobierno municipal saliente del Ayuntamiento de Ávila ha sido un maleducado, cuando menos, no yendo a la toma de posesión de los que parece no consideran “suyos” aunque tengan las mismas siglas. También, cómo no, de las meteduras de pata que se suceden en ayuntamientos de diversos colores. 
 Pero eso de hablar de la pobreza y la riqueza juntas, de ninguna manera. Eso, dicen, repiten, sin tener ni idea del significado de la expresión, es demagogia. No hay, sin embargo, demagogia mayor que repetir que es demagógico todo aquello que pone a las claras que la situación de pobreza de unos (y de riqueza de otros) no es fruto del azar sino de políticas intencionadamente dirigidas. Efectivamente, Aristóteles dixit, demagogia es halagar al pueblo. Incluso excitar sus emociones. Pero qué halago hay en decirle a quien tiene hambre que ésta no es fruto de una naturaleza ni de una sociedad sino de una forma de entender y ejecutar la política. Pareciera que los que acusan sin ton ni son de demagogos a quienes cantan las verdades del barquero lo que pretenden es desviar la atención de sus propias responsabilidades. Algo que, cuando no lo sobrepasa, roza la inmoralidad. Prohibir la verdad, aunque duela, como algunos pretenden y votan en el parlamento, no deja de ser el primer paso para criminalizar el pensamiento, como en su día advirtió Orwell. Ciertamente algunos usos perversos de la democracia pueden adulterarla, pero no puede olvidarse en ningún momento, que en la verdadera democracia no sólo está permitido sino, como dejó escrito María Zambrano, exigido ser persona. Y no puede serlo quien siente que su dignidad le es arrebatada por aquellos que les niegan el pan y la sal; por aquellos que acusando a los demás de demagogos, asumen el capitalismo como una religión. Una religión, escribió Agamben comentando a Walter Benjamin, sin redención porque cree solamente en el crédito, es decir en el dinero. El capitalismo es, dice Agamben, la religión en la que el crédito ha sustituido a Dios. Por eso sus fanáticos seguidores son tan dogmáticos. Considerar demagogos a aquellos que dicen que las personas están antes que las ganancias o que deudas y culpas no son lo mismo, por mucho que se reitere desde gobiernos aparentemente laicos que asumen el ideario luterano, y como hacen ciertos personajillos aupados al poder, es signo de unos tiempos que merecen ser cambiados. Unos tiempos en los que el Angelus Novus que pintó Klee y del que habló Benjamin no puede cerrar ya las alas que le empujan hacia el futuro.