"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 27 de diciembre de 2011

Legitimidad o legalidad

Ha sido conocerse la supuesta sinvergonzonería del señor Urdangarín, con todo el corolario de delitos que se le atribuyen y habrán de ser probados en sede judicial, y, además de las apuestas acerca de si prevalecerá la isonomía propugnada por algunos clásicos, la igualdad de todos ante la ley, se ha destapado una competición de coros para acreditar o desacreditar la monarquía como forma de gobierno. Dicen unos que tales actos no la empañan; otros, en cambio, aseveran que son prueba de su invalidez.
            Mas semejante debate profundiza en la deliberada confusión entre legalidad y legitimidad. Un ayuntamiento, comunidad autónoma o caja de ahorros, pongamos por caso, no pierde su carácter o condición porque uno de sus gestores se dedique a cometer cuánta tropelía le parezca. Si alguno de estos quebranta la ley tendrá, mandato judicial previo, que cumplir la pena que se le imponga sin que la institución se deslegitime. Tal ocurre porque mientras la legalidad tiene que ver con las reglas formales emanadas del poder, la legitimidad en que éste se asienta precisa de un acuerdo social que, yendo más allá del consenso sobre las formas, se funda en la aceptación de los fines. Por supuesto no hay que confundir legitimidad con democracia pues ejemplos hay, como Max Weber mostrara, de naciones que aceptan carismáticamente o por mera tradición a gobernantes que no son fruto de elección alguna. O incluso otras, no tan alejadas, que aplauden un paternalista “despotismo tecnocrático” presentado como súmmum de una pretendida racionalidad.
            Y así, mientras la legalidad se deteriora por su inutilidad, la legitimidad de una institución se menoscaba sólo cuando se produce un distanciamiento entre los principios y fines sociales en que se basa y aquellos que representa. Por tanto, más allá de cualquier factor distorsionador, que los hay en abundancia, el problema no es la eficacia o ineficacia, el coste o el comportamiento de sus miembros: lo que cuestiona la legitimidad de la monarquía es si una sociedad que se dice democrática puede tener por máximo representante a alguien que no ha sido elegido por nadie. En suma, si la legitimidad va más allá de aquellas controversias postmedievales que planteaban que es la ley quien hace al rey y no el rey quien hace la ley, tendremos que discutir no sólo de los medios con que nos dotamos para gobernarnos, las leyes, sino también de los principios en que éstas se han de asentar y los fines que como sociedad buscamos.  Feliz y propicio 2012 para todos.

viernes, 16 de diciembre de 2011

El manual (o el perfecto dogmático)


No hay cosa más arriesgada para una sociedad que sus dirigentes se empeñen en  vivir en el dogma. Por supuesto una cosa es creer, cada quien tiene derecho a sus propias creencias, por equivocadas que sean, y otra es imponer como incuestionable evidencia la propia opinión como si indubitable verdad absoluta fuera. Igual da que sea el dogma de  derechas o de izquierdas, laico o religioso, civil o militar. Quien lo impone como único credo abomina del fundamento de la convivencia porque, por fuerza, elimina de la misma el respeto por las personas.
            Vemos con cierto desconsuelo como en las últimas semanas, meses diríamos, dirigentes europeos de toda laya y condición han decidido que hemos de arrodillarnos todos ante el control del déficit. Y lo que sano es, que éste no se desboque, termina siendo enfermiza obsesión que olvida todo aquello que no aparece en la página del manual ortodoxo que establece como obligación primera su vigilancia. Porque se asumió el nivel propicio al que debía llegarse en un, como dicen, escenario macroeconómico totalmente diferente del que ahora hay. Pensaban los que enmascaran ideología con estadísticas que impiden la opinión, que podríamos reducir el mentado déficit en un contexto en el que la disponibilidad dineraria era mayor. Pero los recortes sucesivos lo que hicieron fue reducir el dinero que la gente tenía en el bolsillo y el efecto directo fue el estancamiento económico. Da igual, nos dicen, con crecimiento o sin él, hemos de llegar al objetivo señalado en el día prefijado. Si eso solamente puede hacerse al precio de empobrecer aún más a aquellos que ya nada tienen, pues caiga sobre ellos ese sacrificio. A fin de cuentas, a los gurús que solamente ven cifras, las personas les sobran para sus cuentas; si la cohesión social se quiebra, ya se recompondrá, parecen pensar.
So pretexto del equilibrio presupuestario hay quien está recuperando un darwinismo social de lo más ramplón que opina que los que en el camino queden, es porque no merecían estar en él. Y como quiera que la realidad sea tozuda y no se deja manejar así como así, en lugar de mudar aquello que propicia la desigualdad, los que hasta ayer incumplían las normas, cambiarán las existentes por otras. Obtendrán así las mejores notas en la aplicación del dogma que viene en la única página del manual ortodoxo que han leído. Claro que si pasaran la hoja, podrían leer que la economía ha de estar al servicio del bien público, y no la gente al de unas supuestas leyes económicas.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Una extraña jornada

        Paulatinamente los vehículos militares, armados hasta lo indecible, se situaron en las esquinas de la plaza festiva en la que numerosos estudiantes se arremolinaban junto a sus maestros para preparar el desfile conmemorativo de la Revolución. En el aire los cohetes estallaban anunciando la festividad y, mientras desayunábamos, veíamos imágenes de españoles votando a la vez que se ofrecían los primeros datos de participación.
      Resulta extraño para quien ha participado activamente en jornadas electorales verlo ahora desde tan lejos. Pero, la distancia no proporciona desapego de unos procesos necesarios para organizar la convivencia ciudadana. Si otorga una perspectiva que permite relativizar las palabras que sistemáticamente se reiteran en tales ocasiones. Más todavía cuando, tras regresar de una larga jornada en tierra zoque, no hallo canal televisivo que hable de las elecciones españolas, salvo titulares generales que recorren la parte inferior del monitor mientras el locutor informa de otras cosas. Lo que para nosotros es tan importante pasa totalmente desapercibido para otros que lo ven como un breve acotamiento en sus medios.
        No es sólo que la política se haya convertido en espectáculo donde aquello que no es insertado –billete en mano- en las redes de mercadeo, incluidos los medios de comunicación,  parece no contar para unos ciudadanos degradados de tal condición a la de meros usuarios o consumidores. El problema es que esa necesaria mediación hace que se confundan medios y fines y, sobre todo, se banalice lo histórico, algo, por lo demás, contra lo que ya nos advirtió H. Arendt. Representantes políticos tratados como cantantes o estrellas de cine se ven en la necesidad de portarse como si tal fueran y olvidar, volviendo a la mencionada Arendt, que el pluralismo es la condición de la libertad y de la igualdad entre los seres humanos.
      Pero ahora, se acabó el tiempo de la ambigüedad y del no enmendalla. Comienza uno nuevo; con gobernantes de los que se espera acierto en sus decisiones y que no olviden que son representantes de quienes les han elegido. Pero ni más histórico que el vivido hace un año, ni que el que venga dentro de otro. Cada grupo humano es responsable de su propia historia y ahora hemos decidido quiénes habrán de tomar las decisiones en nuestro nombre. Las económicas que adopten serán fundamentales, pero no menos que aquellas otras que nos permitan construir socialmente un país en equidad. Que no olviden que la democracia no sólo se mide por el gobierno de la mayoría sino, sobre todo, por el modo en que se respeta a las minorías.