"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

lunes, 14 de septiembre de 2015

TODO LO SOLIDO SE DESVANECE

Se inicia un nuevo curso escolar y, como todos los años, quienes llegan a las aulas, docentes y alumnos, han de modificar procedimientos o rutinas elaboradas en cursos pasados. La sucesión de cambios legislativos que ha impedido que haya una ley  sobre la que que solamente deban hacerse pequeños ajustes, es responsable de muchos de esos cambios. Curiosamente todos los partidos políticos al uso reclaman reiteradamente la necesidad de un consenso en materia educativa. El mismo que año tras año, ministro tras ministro, es impedido por intereses de lo más variado. Pero mientras se discuten aspectos a veces no menores, se va dejando fuera del debate lo importante. Lo urgente, que también es importante, a veces no nos deja ver cambios cualitativos relevantes que han operado en los últimos años debido a decisiones de los sucesivos gobiernos. Cambios que suponen una radical transformación de los valores en los que se asentaba la educación. Aquel viejo adagio que recordaba que a la escuela se iba a aprender a ser persona ha dejado paso a la convicción, defendida desde muchos sectores, de que toda la educación debe estar subordinada al mercado laboral. 
Así, lo importante ha dejado de ser aprender a valerse por sí mismo, a ser capaces de pensar con criterio propio. Ahora, nada más hay que ver el repertorio legislativo, toda la educación –de la primaria a la universidad- se mide por su eficiencia. Esto es, por su capacidad para equiparar calidad y rentabilidad. No extraña pues que la pedagogía haya sido invadida por conceptos procedentes del ámbito empresarial. Como tampoco extraña que se defienda por exministros del ramo que todas las asignaturas deben destinarse a forjar emprendedores. Pero, por lo mismo, cómo sorprenderse del grado de frustración que propicia un sistema pensado para conseguir algo que está fuera de su alcance. Frustración en profesores que no tienen una verdadera carrera docente (y en muchos ámbitos ni siquiera una falsa, pues puede uno jubilarse haciendo lo mismo que el primer día que llegó); frustración en alumnos a los que se les enseña por mandato gubernativo una cosa y se les pide que respondan a otra. 
La raíz de buena parte de eso que llaman fracaso escolar es sencillamente que la educación es tratada como una mercancía más. El criterio de ineficiencia terminal que se usa en el mundo universitario es buena prueba de ello. 
Difícil resulta formar personas cuando todo lo solido se desvanece, que decía aquel clásico del siglo XIX recuperado críticamente por Marsall Berman. Si el de Tréveris criticó un sistema que era capaz de disolver algo tan sólido como los vínculos sociales, tal vez habría que dejar de nadar en una sociedad líquida, que diría Bauman, para ver cómo recuperar el espíritu de progreso, convenientemente depurado, que floreció en una Ilustración ahora vilipendiada. Solamente así podremos, Kant dixit, atrevernos a pensar y, por tanto, situar la emancipación social, individual y colectiva, como horizonte de la sociedad.  A fin de cuentas, como dijera Henry Ford, uno de los más conocidos empresarios de la primera mitad del siglo XX, pensar es el trabajo más difícil que existe. En suma, a todos los adalides del inalcanzado pacto educativo habría que pedirles solamente que cualquier modelo educativo por el que se opte, tenga como eje fundamental, enseñar a pensar. Aunque eso genere una ciudadanía incómoda para cualquier poder.