Días atrás, arrancando el mes, hemos
vuelto a celebrar la fiesta del patrón. Por muchos desairado en una ermita que
ha perdido todo el barrio que la rodeaba por mor de ciertas vistas e intereses,
San Segundo concentra numerosos imaginarios abulenses. Los de los pasados que
fueron y los de los que no pudieron ser; los de los sucesivos presentes que se
concitan al lado del río, como ha recordado Belmonte en su pregón. Y, por supuesto, los del
futuro que anhelamos más como sueño que como pesadilla que se nos quiere
imponer.
Pocos saben, ojalá me equivoque y sean muchos, que
este venerado santo, por otros desdeñado, es el protagonista también de uno de
los libros más importantes que la antropología española de fines del pasado
siglo produjo. Me refiero a Un santo para una ciudad, de la profesora de la
Universidad Complutense María Cátedra, quien muestra la vinculación entre lo
político y lo religioso en el proceso de formación de las identidades colectivas de
Ávila. Aunque el eje en torno al que el libro se articula sea la intensa e indefinida figura del santo, no es
un tratado de historia o antropología local. Quienes se han acercado a sus
páginas desprejuiciadamente han podido comprobar cómo la construcción de nuestras
múltiples identidades es indisociable de los contextos regional, nacional e
internacional en que se han ido figurando. Aunque habla de un santo católico, por lo que asoman entres sus líneas Trento, el papado y sus luchas contra los monarcas
europeos, por las páginas de este libro, que ya cumplió la quincena subiendo y bajando de los
anaqueles, se entrevé cómo San Segundo es, en muy buena medida, la concreción de una simbolización de
procesos sociales, políticos y culturales que anudan conflictos entre
diferentes formas de concebir una ciudad y la forma que en ella se ha de vivir.
No
son, con todo, estas divergencias algo acontecido exclusivamente en aquellos momentos
en que el santo empezó a tener devotos seguidores en la ciudad. Es más, no hay
forma de entender, como cuenta María Cátedra, lo acontecido en Ávila durante
los últimos quinientos años sin ver qué han dicho del santo sus habitantes. En
parte porque los cambios en
la definición y la posesión del símbolo configuran unas identidades colectivas, las nuestras, que se sustentan no sólo en lo simbólico, sino en la determinación de los centros de poder, en
los movimientos sociales, en las relaciones sociales que se establecen en el
interior de la ciudad y, por supuesto, en las luchas ideológicas que en ella se
suscitan.
Así pues, los procesos culturales a
los que el libro de María Cátedra se refiere no están cerrados todavía. Son
historia pero en la historia que hacemos y vivimos hoy y que, de paso sea dicho,
pocas veces es la que algunos historiadores del pasado quieren que sea. Aunque sólo sea porque algunos, so
pretexto de una supuesta cientificidad prejuiciada prefieren licenciar al
santo jubilándolo a la fuerza, y sin agradecimiento de servicios prestados, como
si fuera un médico de la sanidad pública. Pero el santo, que no lo sabe, sigue
concediendo deseos materiales a los pobres –que los que de todo tienen no necesitan pedírselos-. Un santo de los pobres. Qué manía la de los santos de meterse en política.