"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 9 de diciembre de 2014

NO SIEMPRE 4+1 ES IGUAL A 3+2

       Nuestro ínclito ministro de educación, cultura y deporte, ha tenido una nueva ocurrencia –o tal vez haya sido alguien de su equipo y él sólo la expone e impone-. Resulta que no le gusta el sistema universitario de Bolonia, así es que  ha decidido que va a sustituirlo por otro. No pretende ajustar aquello que no va bien, algo que sería razonable. Sino directamente cambiarlo. De cabo a rabo. Cómo. Sustituyendo los grados de cuatro años, seguidos de un máster de uno, por otros de tres años, más dos de máster. Con ello, caso de que se implantara, tendríamos algunas universidades en el país en las que simultáneamente habría licenciaturas de cinco años a punto de extinguirse, grados de cuatro y grados de tres. Y máster de uno y de dos.  
Dicen los listos de ministerio que así iríamos a la par que Europa. Que nuestros hijos tardarían menos que ahora en llegar al mercado laboral. No hay duda que resulta necesario renovar continuamente la universidad. Pero menos aún la hay de que no se pueden hacer cambios drásticos sin previamente evaluar si lo que hay funciona o no. Sin embargo, el sistema que se nos impuso hace tan poco, el famoso plan Bolonia, está tan recientito que todavía no ha dado tiempo más que a que comience a dar sus primeros frutos. Es más, universidades hay donde está comenzando a implantarse ahora. No ha habido tiempo, por tanto, para evaluarlo y mucho menos para tener una visión de conjunto. Intuimos, pero no sabemos, qué va bien, qué va mal y qué ni siquiera va. Sabemos, eso sí, que tras los grados boloñeses, los máster multiplicaron sus precios al ritmo que bajaban las becas. Se pretende ahora que estudie la mocedad tres años de universidad al cabo de los cuales en la mayor parte de las disciplinas estarán sin apenas preparar. Volverán, por tanto, pero camufladas y con nombre cambiado, aquellas diplomaturas que hubo que transformar y pasar a licenciaturas porque no había tiempo para formarse. Eso sí, los graduados con tres años, si quieren entrar en el mercado laboral, se verán abocados a realizar un máster. Cuánto tiempo: dos años. Vaya, los cinco de antes. La diferencia es que los dos años de máster costarán un ojo de la cara. Pero nadie podrá quejarse porque la enseñanza básica universitaria –el grado- solo serán tres años y, en todo caso, quien quiera máster, ya sabe: que pida un crédito-matrícula y arreglado. Así, no siendo que vayan a quebrar, echaremos en manos de los bancos a los jóvenes sin que tengan que esperar algunos años más. 
Ya puestos, alguien se ha preguntado en ese ministerio si están ahora mismo las ahogadas universidades en condiciones de asumir cambios drásticos dedicando parte de su personal a pensar en nuevos planes educativos, ofertas, estructuras, etc. Parece que no. Aún más. Se han preguntado acaso, y esto es lo relevante, si sustituir el 4+1 por el 3+2 mejorará la calidad de la enseñanza universitaria. Porque da la impresión de que lo que se persigue es meramente ahorrar por la vía de la reducción de plantillas del profesorado universitario convertido recientemente en chivo expiatorio de tantos problemas. Si, al hacerlo, se expulsa de la universidad a miles de jóvenes que no podrán pagar las desorbitadas tasas de los másteres, parece que no les importa a quienes creen que la universidad debe ser solo para una élite. No extraña, mientras tanto, que a las universidades españolas les cueste estar en los mejores puestos de los rankings internacionales: cada ministro que llega trae una varita mágica bajo el brazo que todo lo cambia y que les obliga a dedicar más esfuerzos y presupuestos a contentar a los nuevos ministros, es decir a ajustarse a las normas que cambian cada día, que a investigar o a mejorar la docencia.

miércoles, 2 de julio de 2014

“ES UN DESIERTO CIRCULAR EL MUNDO, EL CIELO ESTÁ CERRADO Y EL INFIERNO VACÍO”

En 2014 concluiremos en España, según dicen las más razonables previsiones, con medio millón menos de extranjeros censados que en 2013. En 2013 ya hubo menos extranjeros censados en España que en 2012. En 2012 ya hubo menos que en 2011. Y en ese año, menos que en el anterior. Como consecuencia de estas reducciones, según dicen las estadísticas del instituto nacional del mismo nombre, en cuatro años un millón menos de extranjeros vivirán en España. Pero como hablar de personas de otra nacionalidad evoca en la mente de los más, imágenes de patera y de desolación entre aguas, bueno será recordar que, en números redondos, un millón de los actualmente censados en España son de Gran Bretaña, Alemania, Italia, Portugal y Francia. 
A cuento vienen estos datos de que muchas gentes biempensantes se han escandalizado en los últimos días al ver a miles de niños abandonados, o viajeros solitarios, en la frontera entre México y los Estados Unidos. Como si no los hubiera en las fronteras que la Unión Europea teje y enreda por todo el sur. Pero aquellos están lejos y evitan o mitigan, gracias a la distancia, nuestra sensación de culpa. Estos otros, cercanos, mirando a través de las vallas cada vez más ensangrentadas o tirados en el fondo de paquebotes que llegan al sur de Italia, de Malta o de cualquier playa gaditana, nos asaltan con su proximidad invitándonos a la cotidiana hipocresía. Dice el informativo que no se comprende cómo esas mujeres, inconscientes suena el murmullo no explícito, son capaces de lanzarse al mar con sus hijos recién nacidos o aún por nacer. Otra vez el discurso fingidor que no quiere ver que la inmensa mayoría de esos pequeños y de esos embarazos son parte del pago que las mujeres que migran tienen que hacer con su propio cuerpo en forma de violaciones sufridas desde que salen de sus pueblos. 
 Pero miramos como si no fuera con nosotros. Como si quienes huyen del hambre de sus hijos, de la guerra de sus padres, de la desolación de un territorio devastado, fuesen los causantes de su propia incuria. Habría que recordar las tesis ya clásicas de André Gunder Frank  quien mostró como el subdesarrollo no era más que la cara oculta del desarrollo; que no hay progreso y crecimiento de unos países y sus habitantes sin el retroceso y empobrecimiento de los otros. Así pues, basta ya de que en este o aquel partido político, en este o aquel medio de comunicación, se hable de “ilegales”, como si una persona pudiera ser tal. Porque, efectivamente, las acciones contrarias a la ley son ilegales. Pero, no las personas. Muchas de ellas, por cierto, arrumbadas y desechadas como si no lo fueran en esos infames guantánamos entre nosotros, que son los “centros de internamiento para extranjeros”. Esos que por toda Europa, se llenan de gentes que no han cometido delito alguno.
Pero para dolorosa ironía, mientras nuestras autoridades -nacionales e internacionales- hacen todo lo posible para impedir que otros lleguen hasta la atalaya desde la que vemos el mundo, comentaristas hay que se alarman y gritan por los rincones ante el inminente suicidio demográfico al que Europa, y España en particular, se abocan. Miran algunos los campos que antes fueron fértiles y ahora languidecen desatendidos; lamentan que lo antaño fecundo, sea hogaño yermo y que se vacíen de vida los pueblos. Y para ponerle remedio se juntan y elaboran complejas e inútiles agendas destinadas a atraer a quien no quiere venir y a cerrar la puerta a quien quiere entrar. Suspiran por el envejecimiento de la población a la vez que estigmatizan a los miles de jóvenes que ven desde el otro lado del Estrecho, como diría Octavio Paz, que “muere de sed el mar”. Y todo ello, nuevamente el mismo poeta que me permite titular esta columna, sin percartarse que “es un desierto circular el mundo.” En esta última colaboración antes del verano, tal vez lo único que se pueda decir, con palabras prestadas de Caballero Bonald, es que en este tiempo que nos vienes, sean “bienaventurados los insumisos.”

lunes, 16 de junio de 2014

LA RESISTENCIA

La irrupción de nuevas formas de hacer política –o no tan nuevas porque las elecciones son bien antiguas-, ha generado una pléyade de expertos que recorren las tertulias televisivas realizando prolijos análisis sobre las resistencias al poder y sus efectos. Y bien está que tales análisis asalten la cotidianeidad porque, en última instancia, como sugiriera Lila Abu-Lughod, la utilización de los mecanismos de resistencia como diagnóstico para analizar el poder permite, igualmente, apreciar la existencia de cambios históricos en las formas concretas en que ese poder se expresa. Es decir, que si hay cambios en las formas en que se expresa la resistencia al poder es, básicamente, porque éste ha cambiado su forma de operar. Y esto, como poco, lo sabemos etnográficamente desde que hace 25 años Lila Abu-Lughod escribiera “El romance de la resistencia: el rastreo de las transformaciones del poder a través de las mujeres beduinas” para analizar los estudios sobre la resistencia en las teorías sobre el poder. Partiendo de la expresión de Foucault según la cual “allí donde está el poder, está la resistencia”, esta antropóloga americana de la Universidad de Columbia, de ancestros judíos y palestinos, propuso, tras años de trabajo de campo entre las beduinas egipcias, que el poder es por definición represivo pero la resistencia no puede considerarse como algo externo al mismo. O dicho de otro modo: las formas de resistencia no pueden discurrir al margen y de manera independiente de los sistemas de poder. Y eso es algo que deben saber quienes dicen, desde espacios de poder, no querer saber nada del mentado poder.
Ahora bien, algunos de esos tertulianos citados parecen no haberse percatado de lo que ya planteara Michael Herzfeld al desarrollar su teoría sobre la “intimidad política”. A saber, que el que actores inexpertos en política –aunque tengan éxitos electorales- atribuyan al “sistema”  o a un sucedáneo suyo de nombre más comercial la culpabilidad de que todo vaya mal, sirve fundamentalmente para reforzar el poder de éste. No se llega, en todo caso, a esas disonancias tan en boga en nuestros días –ya se sabe, “yo no soy racista, pero…”, “yo no soy machista, pero…”, “yo no soy monárquico, pero…”, que indefectiblemente concluyen cambiando la forma de pensar para ajustarla a la de actuar. Esas disonancias que asumen por lo demás que la coherencia está sobrevalorada y que más vale seguir actuando como se ha hecho siempre, aunque se piense lo contrario. Tantos son los ejemplos en la política nacional y, cómo no, en la local, que para qué traerlos a colación si aquí vale más la exaltación del postmoderno evento que intentar la armonía entre ser, pensar y actuar.
Lo que sí hacen, sin querer o sin saber, al exagerar la capacidad de resistencia  de los desposeídos y los éxitos que obtienen, posiblemente como remedo sustitutivo de  postromántico  socialismo (no de partido, of course), es, ya lo explicó Mathew Gutmann,  limitar la capacidad de actuación de los genuinamente débiles a los que se excluye por no tener supuestamente conciencia política o tener una “falsa conciencia”. Menos mal que Walter Benjamin se acordó de que también el lumpen, el oscurecido y el marginado, es  sujeto de la historia, aunque carezca del poder de producir. A fin de cuentas, como nos enseño Hegel, la historia, con mayúscula, no es más que el altar en que son sacrificados los otros. Y eso es algo que hay que tener en cuenta si se quiere cuestionar un sistema que ha hecho de la producción industrial de la pobreza un rasgo distintivo de nuestra sociedad.  

martes, 3 de junio de 2014

LA UTILIDAD DEL VOTO

Ya es habitual que en las campañas electorales aparezca algún candidato diciendo que el único voto útil es el que se hace a su partido, sea éste el que sea. Revela tal afirmación, por mucho que sea reiterada, un cierto desprecio a la democracia incompatible con el deseo de representar a los ciudadanos. Ahora que ya pasaron las últimas, se puede descubrir que útiles, son todos los votos. Los que van a un partido o a otro; sea mayoritario o  minoritario. Como de provecho son los blancos y también los negros, paradójicamente inutilizados. Son útiles también los no depositados por aquellos que creen que “no nos representan”, aunque alguno ahora parezca que sí se siente representado, o por los que simplemente pasan de ir a votar porque no les gusta ninguna opción, porque están contra la democracia formal o porque les da la gana y ya está. Entre todos, sin faltar ninguno, se construye el país y la democracia. Y quien cree que solo es útil lo suyo  (o lo de los suyos) manifiesta atisbos de un pensamiento totalitario que olvida que la democracia, además del gobierno de la mayoría, es el respeto de las minorías. Y eso por mucho que señalados partidarios de una concepción higienista de la sociedad de infausto recuerdo griten por las esquinas que aquí sobra gente. 
Diferente cosa es, y a veces lo uno y otro se confunde, qué hagan con nuestros votos los elegidos con ellos. No sólo porque varios presidentes de gobierno al día siguiente de las elecciones han dicho que el presidente de la Comisión Europea será quienes ellos decidan y les  importe un comino lo que diga el parlamento (luego crearán una comisión ad hoc para averiguar por qué hay desafección a la política que, por supuesto, echará la culpa a la crisis). Sino también por la pléyade de reglamentos y leyes que condicionan y matizan los resultados de la elección. Por ejemplo, un voto al Partido Popular, contrario a la consulta planteada por muchos catalanes, acaba en el mismo grupo parlamentario que muchos de los votos a CIU, partidaria de la consulta, pues Uniò Democrática de Catalunya y el PP se integran en el mismo grupo parlamentario (aunque otros votos a CIU se irán con los liberales con los que se asocia Convergencia y otros, al ir con otros grupos nacionalistas, terminarán en un grupo en el que confluyen partidos que tan poco tienen que ver entre sí como Coalición Canaria y Bildu).
 Además de los reglamentos, como el que obliga a ciertos grupos parlamentarios, también las leyes cambian los resultados. Suficiente es con atender a las proyecciones que entretienen a múltiples periodistas en estos días. Algunos, con ganas de gran coalición al servicio de los intereses de unos pocos, gritan alarmados que con estos resultados el país es ingobernable porque habrá un congreso totalmente fragmentado. Debe ser que han ido a Google y han aplicado el simulador de la Ley D’Hont como si España fuera circunscripción única y no cincuenta y dos. Con la ley electoral en la mano y los resultados de las elecciones europeas, muy poco cambia el Congreso de los Diputados. Algo sí, cómo no. Pero solamente once provincias podrán tener una representación proporcional (cosas de la Ley D’Hont y los que la defienden); mientras que el resto, como aquí, ya se sabe: reparto para los dos primeros o, a lo sumo, en algunos casos, migajas para el tercero. Diferente sería si la circunscripción fuera autonómica o hubiera un “colegio nacional de restos” o como se quiera llamar. Pero esperar de los que mandan que cambien la ley electoral, es mucho. Aunque tarde o temprano tendrán que hacerlo. 

martes, 20 de mayo de 2014

GUILLERMO, EL INGLÉS.

1989. La carátula de la serie Disappearing world, “Un mundo que desaparece”, de la británica Granada Television, se desvanece lentamente y deja paso al título de un nuevo programa: Villagers of the Sierra de Gredos, “Los pobladores de la Sierra de Gredos”. Las imágenes sucesivas de indígenas de diversas partes del globo terráqueo anteceden al sonido de los cencerros que mueven los negros bóvidos que lentamente ascienden el puerto desde las tierras bajas de Extremadura. Segundos después, un anciano al lado de una lumbre baja, pitillo en mano, se lamenta en perfecto castellano,  aunque subtitulado en inglés de los cambios que ha visto. Todo el mundo se ha ido y las huertas han sido olvidadas. Ya nadie quiere saber nada de la vida en el pueblo. Las palabras son demoledoras: “aquí en unos años, se queda ya todo visto.” Y, sin verlo, se oye al antropólogo que lo entrevista. Es William Kavanagh. 
Posiblemente muchos abulenses no lo conocen aunque él fuera notario de los cambios que sufrió el medio rural gredense en los últimos 40 años y una de las personas que más ha escrito y hablado sobre la trashumancia. En inglés y en castellano. A veces como Bill, a veces Guillermo el inglés, como lo llegarían a conocer en “su” pueblo. Un inglés de Oxford que no era inglés y que cuando llegó no entendía muy bien –era la época- por qué lo llamaban “el sueco”. Y mucho menos que llamaran a Mari Carmen, su mujer, “la sueca”.
Bill llegó por azar a España. Empezó trabajando como otros antropólogos oxonienses en África. Estando en Ghana, un golpe de estado aconsejó su salida del país. Sus maestros Beattie, Ardener y Needham, le animaron a que viniera a estudiar el modo de vida de los campesinos españoles en esa época en que el franquismo daba sus estertores y se aventuraban cambios profundos. Así es que, con un escaso castellano, la traducción de la que entonces era su novia y un Citroën Dyane, recorrió varios pueblos hasta que halló uno que por sus características le parecía adecuado para el objeto de su investigación. Hasta allí, en las faldas de Gredos, llegó como  investigador. Y ya no pudo salir de sus paisajes embrujados, del rumor del río y, cómo no, de las revolconas. Claro que, previamente, hubo de sortear algún reparo. No por “guiri”, como ahora se dice, ni tan siquiera por forastero sino, como le dijo un vecino que luego llegaría a ser amigo, porque entonces era muy difícil fiarse de “alguien con barbas”. 
Bill, vieja escuela de la antropología social inglesa, no quería exponer a sus vecinos, inicialmente informantes y luego amigos, más de la cuenta y por eso cada vez que escribía sobre su pueblo –y son numerosas las páginas- utilizaba un nombre ficticio: “La Nava de San Miguel”.  Cuando, tras soportar nuestras reiteradas peticiones, se decidió a abordar la traducción del libro que publicara en 1994 con el título de Villagers of the Sierra de Gredos, se vio asaltado nuevamente por las dudas sobre si mantener el seudónimo. Por una parte, no quería convertir a sus amigos en "exóticos" cercanos para turistas antropológicos. Por otra, nombrarlos era reconocerlos. Finalmente optó, cuestión de ética dijo, por mantenerlo. 
Hace algo más de un año, una fría y húmeda noche abulense, saliendo de una reunión de la Institución Gran Duque de Alba, de la que era miembro colaborador, sintió que no podía respirar. Aunque le ofrecí que se quedara en Ávila, estaba empeñado en regresar a Madrid esa noche. Esperamos en el coche un largo rato hasta que el aliento le volviera. Aunque superó esa crisis y otras más, la salud le fue dando disgusto tras disgusto. Aún así, con su carrito del oxígeno, siguió participando en las reuniones del IMA. No hubo, tampoco crisis que pudiera con su su ánimo encandilado con dos cosas tan diferentes como poder conocer a su primer nieto y ver su libro sobre Gredos publicado en castellano. La bonhomía de Bill, profundo amante de las tierras de Ávila que conoció palmo a palmo tras los trashumantes de “su” pueblo, se apagó hace pocos días. Nos quedan sus escritos. Y también su familia.

lunes, 7 de abril de 2014

TERGIVERSANDO EL INFORME PISA

Con motivo de la presentación esta semana de un nuevo informe del Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), lo que usualmente llamamos informes PISA, la Secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, ha mostrado hasta qué punto las anteojeras ideológicas hacen ver cosas que están lejos, muy lejos, de la realidad. Resulta que el informe de marras sitúa, nuevamente, a los alumnos españoles en pésima situación en los universalizadores rankings internacionales (de los que hablaré próximamente). La culpa para la señora Gomendio es, según cuentan los periódicos, de unos profesores anclados en metodologías obsoletas. Pero esta respuesta lo único que evidencia es que la mencionada Secretaria de Estado o NO SE HA LEÍDO EL INFORME o no le interesa más que como clavo ardiendo al que agarrarse para justificar una reforma que va en sentido contrario del que el propio informe señala.
En diciembre del pasado año el informe PISA 2012 mostró los resultados de nuestros alumnos en lectura y matemáticas, entre otros contenidos, con los resultados sobradamente conocidos. Por qué no se evaluó entonces la capacidad para la resolución de problemas de la vida cotidiana, que es lo que ahora se ha hecho. Por la sencilla razón de que los problemas matemáticos o lingüísticos se relacionan directamente con el curriculum, en tanto los relativos a la capacidad de resolución de problemas no tienen que ver directamente, como dice el informe, con lo que se enseña en las escuelas, sino con “la solución creativa de problemas que no son de rutina con el fin de alcanzar su potencial como ciudadanos constructivos y reflexivos.” Es decir, a lo sumo se aproxima a aquello que en su día se pretendía conseguir con asignaturas como la ahora reducida filosofía o la desaparecida educación para la ciudadanía.
De manera clarita dice el mentado informe PISA que “el rendimiento relativamente bajo de resolución de problemas entre los estudiantes españoles puede ser debido en parte al relativo desconocimiento de estos estudiantes de las computadoras.” O sea, que no tiene tanto que ver con lo que les enseñan en las escuelas como con el uso de los medios que pueden disponer en ella o fuera de ella. No extraña, por tanto, que la principal brecha en los resultados no tenga que ver con el género, como ocurre con los "contenidos": “en España los estudiantes de origen inmigrante alcanzan una puntuación significativamente más baja que los estudiantes no inmigrantes.” Lo que, por cierto, lleva al informe a señalar que es fundamental, “tanto en España como en todos los países de la OCDE”, el impacto de la situación socioeconómica. Viendo estas aseveraciones, quizá sea recomendable, ya que no lo recalca la Secretaria de Estado, señalar que el apartado sobre España del nuevo informe PISA  comienza de manera demoledora recordando las palabras del Secretario General de la OCDE: “hay que dejar atrás la economía del ladrillo y centrarse en la economía del conocimiento." 
No se trata de que los resultados sean buenos, que evidentemente no lo son. Pero si un problema se acrecienta con otro más grande, en lugar de solucionarse el primero tenemos dos problemas. Y eso es lo que ocurre cuando se hace un diagnóstico tan erróneo como el realizado por el Ministerio de Educación en su desmesurado afán por hallar algún argumento que pueda justificar su desatinada LOMCE. Dicho de forma burda, lo que ha defendido la Secretaria de Estado es, más o menos, lo siguiente: como le duele una pierna, le vamos a apuntar una mano. Más le valdría al Ministerio de Educación defender y apoyar a los profesores en lugar de hacerles responsables de todos los males del mundo mundial. No en vano, entre tanta ineptitud, lo mejor que tiene el Ministerio para mejorar la educación, son sus profesores.

lunes, 24 de marzo de 2014

EMPRENDE QUE ALGO QUEDA

En los últimos meses, años diríamos mejor, el conjunto de las administraciones del Estado –desde la central a las municipales pasando por las autonómicas y hasta las provinciales- han implementado medidas variadas para promover lo que les ha dado por llamar “cultura del emprendimiento”. Todas estas medidas vienen a sintetizarse en una sola idea: si usted es capaz de crear su propio empleo, nosotros le damos algo de dinero. Ojo, no se lo ponemos más fácil, como cualquier emprendedor puede atestiguar, se lo subvencionamos, aunque más bien tarde. Bienvenidos sean, habrá que decir, cuantos instrumentos contribuyan a crear empleo y, por ende, a ayudar a la gente a dotar de sentido al olvidado artículo 35 de la Constitución: “todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia.” Ese artículo, por cierto, que no sólo exige trabajo sino trabajo con salario digno.
Pero, reconozcámoslo, debieran hacer menos fiestas los inauguradores profesionales cada vez que un emprendedor, con su esfuerzo, es capaz de crear su propio trabajo. En última instancia, ese modelo conlleva, aún con escasa subvención, un no explícito reconocimiento del fracaso del Estado (en todos sus niveles) porque es la ejemplificación más clara de lo que ahora, para vender gato por liebre, algunos llaman externalización. Dicho en claro, el Estado asume que no es capaz de crear trabajo –ni las condiciones para que lo haya, que con eso posiblemente sería suficiente en estos tiempos en que se destruyen las que lo posibilitan-. La contrapartida al reconocimiento de esta incapacidad, de esta renuncia, es propiciar lo que en román paladino pudiéramos resumir diciendo que “cada quien se busque las gallinas donde pueda”. Y si alguien las encuentra y se autoemplea, le daremos una palmadita en la espalda y aprovecharemos para ponernos otra medalla.
Aún cuando justo es alegrarse de que alguien pueda abandonar la infausta lista de los que buscan trabajo sin hallarlo, el favorecimiento de ese tipo específico de emprendimiento que incluye la alabanza de una forma de pensar que defiende que cada quien debe ser un self made man, que lo comunitario debe pasar a un segundo plano ante la individualidad, supone una burda privatización instalada en las estructuras mismas del Estado. No se privatiza, ciertamente, éste o aquel servicio, sino algo más sutil. Este gobierno, siguiendo la estela del anterior, privatiza la salida de la crisis: el que pueda con sus propios medios, que salga adelante y el que no, perezca que la culpa es solo suya. La renuncia a crear condiciones para empleos dignos incluye, por tanto, abdicar de cualquier aspiración al bienestar social entendido como riqueza común y su sustitución por la loa a la mera búsqueda individual de la riqueza. No están, prosiguen los que se llaman "neutrales" y actúan a beneficio de parte, las instituciones para corregir las condiciones que permitan que todos los seres humanos partan en condiciones semejantes, sino para mantener el status quo.
No quiero, no vaya a asustarse a estas alturas alguien, decir que el gobierno del país, y algunos más de otros niveles, estén practicando una suerte de anarquismo reaccionario al estilo de los republicanos norteamericanos que con tal de acabar con las estructuras del Estado son capaces de aniquilar la sociedad. Más bien se trata de recordarles, ya que parece que tienen amnesias selectivas, que participan de una visión del mundo pseudocientífica que bebiendo del positivismo decimonónico y de ciertas variantes de eso que llaman darwinismo social, nos quiere hacer creer que si en la naturaleza el pez grande se come al chico, así debe ocurrir en la sociedad. Pero tal intento se deja de fuera de la práctica política, y hacerlo es optar por un modelo político determinado, aquello que debiera ser primero: la condición humana que se predica de las personas. Y la frase no es redundante cuando algunos solamente ven números donde debieran contemplar caras. 

lunes, 10 de marzo de 2014

EL MAQUILLAJE DE LAS ESTADÍSTICAS DE VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES

Periódicamente, dos veces al año al menos, los medios de comunicación en su conjunto se escandalizan por la violencia que sufren las mujeres. Se llenan en tales ocasiones de estadísticas que pretenden que oyentes, espectadores o lectores se den cuenta de la magnitud del problema. Pero ninguno, o casi ninguno, justo es señalarlo, dice a continuación que las estadísticas oficiales al respecto sufren un maquillaje que no es precisamente el de la señorita Pepis. Tal vez porque si supiéramos las cifras auténticas tendríamos que asumir la enorme hipocresía de quien se da golpes de pecho por marzo y noviembre y los tolera el resto del año. Incluso no falta quién se ufane de que, a pesar de las terribles noticias diarias, estamos mejor que tal o cual país y no ocupamos tan mal lugar en no sé qué rankings. Se dejar caer así un velo de exculpación sobre el conjunto de la sociedad y se culpabiliza solo a los asesinos eximiendo a los cómplices. Entre los que, de paso sea dicho, están muchos de los que, tras el lamento farsante, se aplican con vehemencia –ya saben, la crisis- a clausurar centros de atención a las mujeres, eliminar encubierta o explícitamente programas contra la violencia machista o reducir casi a la mitad el presupuesto en materia de igualdad.
Dicen que sobre la cuestión tenemos una legislación avanzada y seguro que es verdad. Pero no lo es menos que hay una continua confusión entre violencia machista, violencia de género y violencia doméstica que, o no sabemos, o no queremos deshacer. Que la antropología y sociología del pasado siglo propiciaran una categoría relacional -“género”- con sus connotaciones de construcción psicosocial y cultural, permitiendo  que se redujera una visión del cuerpo de las mujeres que se centraba exclusivamente en el “sexo” biologizado y que, por ser amables, podríamos llamar “medicalizada”, fue avance. Pero insuficiente. Insuficiente porque la confusión antes referida impide un tratamiento integral del problema. La identificación de la violencia machista y la violencia de género (que no son lo mismo pero se aproximan) con la violencia doméstica (que es relativamente diferente) permite maquillar, como decía más arriba, las cifras para redondearlas en cifras insoportables pero, paradójicamente, asumibles. Y ello porque dentro de esa categoría no entran cientos de muertes que cada año se producen. Si una mujer que ha sufrido violencia de manera sistemática durante años, se suicida por no aguantar más –y dicen las cifras que seis de cada diez lo intenta-, eso no es, según las estadísticas violencia de género sino “muerte por otras causas”. Si un hombre mata a una prostituta a la que ha contratado, eso no es, en la misma contabilidad, violencia de género, sino homicidio. Aunque no haya contratación de por medio, cualquier asesinato de mujeres que se produzca en una “relación casual” no es, según las estadísticas, violencia de género porque no media la estabilidad que ese concepto presupone en una relación de pareja. Como tampoco es violencia de género que un varón mate a una compañera de trabajo salvo que se pueda probar que tenían una “relación” sentimental estable. Así es que contamos aterrados sin ser plenamente conscientes de que nos dejamos fuera de la cuenta una gran mayoría de muertes (el número de mujeres que se suicidan anualmente multiplica por 10 el de las que mueren por violencia de género y, un elevado porcentaje, no sabemos cuál, lo hace por haberla sufrido.) Así pues, si queremos evitar que lo intolerable sea tolerado, va siendo hora de que la Ley Integral de Violencia de Género, en lugar de acotarse, se haga de verdad integral ampliándose para incluir cualquier violencia contra las mujeres sin limitarse a aquella que se sufre dentro del hogar o en "relaciones estables". La violencia machista es mucho más amplia que la violencia doméstica, pero parece que se quieren confundir una y otra porque, da la impresión, de que algunos les preocupa más la  posible desestabilización de la institución familiar que lo que realmente les ocurra a las mujeres.

miércoles, 26 de febrero de 2014

NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES

En los últimos meses hemos visto como en diferentes lugares del país movilizaciones de grupos muy heterogéneos que partían de posiciones económicas, sociales y políticas muy diferentes, han terminado convergiendo en peticiones y estilos reivindicativos. Para analistas de diversa índole, lo más sencillo ha sido recurrir a la crisis  y explicar la irrupción de estos nuevos sujetos sociales como consecuencia de una sensación de hartazgo que deviene para muchas personas en repulsión de un modelo que se impone como inexorable. Pero la crisis, por mucho que sirva como cajón de sastre para explicarlo todo, es multiforme y afecta de forma diversa. Eso sin contar con que el término de marras es anfibológico y permite que se salte de un significado a otro con total naturalidad. Es decir, la polisemia inherente al concepto mismo de crisis ha llevado a algunos comentaristas a hacerse trampas en el solitario saltando entre temas conexos con tal de dar apariencia de coherencia a los argumentos. No falta así quien junte el desempleo con el advenimiento de un colapso social o las inevitables diferencias generacionales con la macdonalización de la sociedad o cosas por el estilo. Y, aunque cierto es que puede haber analogías entre los diferentes tipos de crisis, no pueden abordarse como si fueran una misma cosa. Máxime cuando unas, magníficamente inducidas aunque de apariencia espontánea, son causa de otras. 
En todo caso, la emergencia de nuevos movimientos sociales o de nuevas modelos de respuesta a lo que se pretende imponer sin dialogar, parece venir propiciada por una doble paradoja vinculada a los procesos de articulación de la sociedad civil. Por una parte, durante las épocas de bonanza, crecieron un sin número de organizaciones, asociaciones, entidades, etc., que se convirtieron en interlocutores directos de las administraciones. Este aparente fortalecimiento del tejido asociativo trajo dos consecuencias directas. De una parte, las administraciones se desentendieron de la gestión directa de la corrección de la desigualdad pues era suficiente con repartir cantidades asignadas a proyectos específicos que eran desempeñados por tales organizaciones. Sobre todo por aquellas consideradas más afines que pudieron convertirse en mera extensión del poder. Por otra, grupos otrora reivindicativos se convirtieron en prestadores de servicios y dejaron de relacionarse “horizontalmente” con otros semejantes que, de la noche a la mañana, se convirtieron en competidores en el intento de lograr financiación de los mentados “proyectos”. Por supuesto, la competencia generó, en no pocas ocasiones, que aquellos que debían colaborar por perseguir un fin semejante, se pusieran cuántas trabas encontraban a su alcance. A mayor abundamiento, algunas de estas instituciones pasaron a ser dirigidas por los mismos que debían desarrollar los proyectos. Mismos que, en no pocas ocasiones, propiciaron lo que ahora se llama "puerta giratoria" al terminar siendo cooptados por el poder. A su vez, esto hizo que muchas personas se desentendieran totalmente de los problemas sociales y depositaran su confianza en esos técnicos que recibían un salario y el beneplácito del mando a cambio de asumirlos en categoría expertos. 
La desaparición de las subvenciones dejó entrever que esa sociedad civil tan aparentemente fortalecida con tanta institución, en realidad había sido desarticulada debido a la ausencia de comunicación entre iguales. Es más, algunas de estas asociaciones pilladas con el paso cambiado a medias entre la reivindicación y los servicios, se vieron deslegitimadas al no dar respuesta ni a una ni a otros. Sin embargo, esa aparente desarticulación de la sociedad civil como consecuencia de la descomposición del tejido asociativo, está dando paso, y esta es la segunda paradoja, a que muchas de ellas olviden la comunicación “vertical” con la administración y vuelvan la vista a los semejantes. Dialogando entre iguales, emergen nuevos movimientos sociales, de apariencia informe, pero que están logrando rearticular nuevamente parte de la sociedad civil. En esto, como en otras cosas, a veces, menos es más. Claro que, no está demás, recordar que algunos de esos "nuevos movimientos" responden exclusivamente a intereses poco claros. Me refiero básicamente a aquellos que se presentan como movimientos generados desde la sociedad, así dicen, cuando a las claras se ve que parten de un liderazgo, televisivamente fomentado. Es decir, que aunque se presentan como movimiento social que, se supone, debe ir de "abajo a arriba", en realidad responden al esquema inverso. Tan legítimo como cualquiera otro son. Pero son lo que son.

jueves, 13 de febrero de 2014

El peaje (con coda y re-coda)

Dicen los que mandan que, tal y como están las cosas, qué más se puede hacer en esta ciudad para crear empleo. Que se van a ir, dicen, a pregonar por los madriles las grandes ventajas que tiene nuestro entorno para cualquiera que se avenga a poner una industria en sus alrededores.  Seguro que su oratoria es buena y vuelven a juntar a unos pocos en ese conocido restaurante de nuestro paisano para convencerles de que no hay quien se nos compare. Ni siquiera Cuenca, Teruel y Soria que fueron juntas a pedir sin que nos moviéramos pues el orgullo nos puede. Sin embargo, arduo problema es responder a quien pregunta, sobre todo si tiene calculadora. Imaginemos, eso sigue siendo barato, que un pequeño empresario dice, yo voy a invertir en Ávila para producir qué sé yo. ¿A cómo está el metro? Barato, barato, le responderán. ¿Y de naves, cómo vamos? Pues barcos, pocos hay y de las otras, más o menos. Si la quiere grande, más vale que la haga. ¿Y si pequeña? Me como lo del barato. ¿Y de infraestructuras viarias, sigue el preguntón, porque antes de soltar un céntimo hay que ver dónde va a parar? Las mejores, le dirá el que le corresponda. ¿Y baratas? Corramos un tupido velo.
Volvamos a imaginar que el interfecto quiere, con su producto, enviar un camión diario a Madrid. Echemos cuentas. Un camión paga desde Vicolozano hasta Villalba, al precio de hoy, veintiséis euros con veinticinco céntimos.  Que con otros tantos para volver, hacen cincuenta y dos y medio por día. Si la empresa abre de lunes a viernes para que descontemos sábados y domingos, vacaciona durante un mes, y, ya puestos, cumple con nueve festivos, habrá desarrollado su actividad durante doscientos treinta días al año. Llegados a este punto maldecirán los buscadores de empresas que sus interlocutores tengan calculadora. Doscientos treinta días por cincuenta y dos euros con cinco por día, hacen doce mil euros solo en peaje. Así es que, antes de abrir, el peaje habrá costado ya un puesto de trabajo mal pagado (o casi uno medio que anda por los 15.000 al año). Y ahora ya sólo nos queda multiplicar el número de camiones que debieran salir de Ávila y no salen porque cualquier empresa que se instale a la misma distancia que estamos de Madrid, pero partiendo de esa ciudad por otra de las otras cinco radiales tendrá de entrada un ahorro de 12.000 euros al año por camión.
Visto lo visto, habrá que recordar que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictó no hace tanto una sentencia que declaraba que el gobierno español “había vulnerado las directivas comunitarias sobre contratación pública” y que la adjudicación de las obras de ampliación eran totalmente ilegales. Algo, por cierto, reconocido por el gobierno que se ha comprometido a dar una “compensación adecuada” por reducir la adjudicación hasta 2019 a la empresa que contrata a la anterior vicepresidenta económica. Digan pues los que no saben qué hacer que, si en otros lares se “rescatan” autopistas que no van a ninguna parte, se proceda aquí de igual modo inmediatamente. Y, si menester es compensar, pues fue el Estado quien cometió la ilegalidad, hágase y conviértase, de una vez, en autovía sin más demora. Dicen, y cierto es, que el erario está vacío y ahora no se puede. Pero siempre nos toca esperar a los mismos. ¿O no hay 4.800 millones de euros, casi el presupuesto conjunto de ayuntamiento y diputación para los próximos cuarenta y cinco años, para pagar el despropósito de algunas de esas vías? Si así es, que haya también para acabar con la marginación que esta genera.  

LA CODA:
El mismo día en que las líneas que anteceden aparecieron, como todas las que se suben a este blog, en Diario de Ávila, el periódico mencionado se vio, supongo que para no perder una publicidad necesaria, en la necesidad de incluir una suerte de publirreportaje camuflado de noticia cuyo titular era el siguiente: "Los descuentos de la AP-6 benefician a 10.000 usuarios al mes desde junio". En una página completa, el artículo pretendía matizar mis cifras haciendo énfasis en los numerosos descuentos que tienen los usuarios de la autopista, incluidos los camiones. Descuentos que llegan, según el artículo publicitario, a ser del 13% si se gastan más de 600 euros al mes. Y, además, asumidos por la concesionaria. Con lo que, no sería cierto lo de los 12.000 al año, sino que serían 10.500, ya ves tu. Eso si solo son 230 días al año, como puse más arriba, porque si son 250 habrían sido mil euritos más y ya no digamos si en lugar de un camión son varios. Pero, además de no entrar en el fondo del argumento, el artículo insistía en que el descuento por hacer más de 20 viajes al mes, es para los usuarios de la AP-6, la inmensa mayoría de los cuales no llega, a las cifras oficiales me remito, a Ávila sino que siguen al noroeste del país.
RECODA:
Tres días después de aparecer las líneas que había escrito, en las jornadas celebradas en Madrid a las que hacía referencia, el presidente de los empresarios abulenses dijo que "la autopista es un lastre, pero mayor sería no tenerla". El alcalde de Ávila, ni que estuviera en campaña, digo que la inauguración de la AP-51 había "cambiado la vida de los abulenses, pero para bien." Sería muy fácil  decir hacer demagogia con esto y recordar quién paga sus peajes, pero mejor les dejaremos solo un consejo para que no lo sigan: ¡pregunten a los empresarios de Ávila qué piensan al respecto.

jueves, 30 de enero de 2014

EL TREN PASA(BA) PRIMERO


Hace algunos años Elena Poniatowska, la última Premio Cervantes de Literatura, escribió una magnífica novela titulada El tren pasa primero. Cuantos mexicanos la han leído han descubierto entre sus páginas parte de la historia de un país fascinado por el tren hasta el punto de hacer una revolución a bordo de uno: ¿quién no recuerda las imágenes de los soldados de Villa sentados en las techumbres de los vagones? O más aún, cómo no recordar el magnífico corrido que Pepe Aguilar dedicó a Jesús García que logró salvar la vida de cientos de personas antes de que la máquina que arrastraba la dinamita minera estallara en mil pedazos:   
 Máquina quinientos uno,
la que corrió por Sonora,
por eso los garroteros
el que no suspira, llora.
Una fascinación aumentada, tal vez, porque México es hoy día un país sin trenes. Solamente los turísticos como “El Chepe” que recorre las Barrancas del Cobre, el “Tequila Express” lleno de turistas tan borrachos que no alcanzan ni a ver el volcán que da nombre al valle del más conocido alcohol mexicano. Algún mercancía, también, deja oír en la noche su clamor por encima del silencio de Guadalajara o de Lagos de Moreno.Y, por supuesto, el más temible, el que llaman  la “Bestia” o el "devora migrantes". El país construido desde el tren se quedó sin él. 
Difícil será que aquí lleguemos a esa situación, aunque sí parece que más de uno se empeñe en cerrar las estaciones de cualquier lugar, pongamos Ávila, que no disponga de un tren bala en su versión hispana. No hay más que ver cuáles ha sido las decisiones que en tal materia se han adoptado. Como si se quisiera que no se use el tren para luego justificar que, por escasez de viajeros, hay que cerrarlo. Por ejemplo, si alguien que vive en Ávila entra a trabajar en Madrid a las siete de la mañana, algunos hay, despídase de utilizar tren. Normal, pocos son, dirá alguno. E incluso, añadiría el del sentido común, con que tengamos uno que llegue a las ocho, hora en la que la mayor parte de los empleados inicia su jornada laboral, será suficiente. Mas quimera es dicho deseo porque tampoco existe esa opción: el primer tren matutino que cubre el trayecto abre sus puertas en Chamartín a las ocho y media (salvo que uno se atreva a entrar en el tren hotel de las siete menos veinte y buscar a oscuras y entre no buenas palabras un sitio). En todo caso, una dinámica es recurrente en los trenes que pasan por Ávila: ninguno está pensado para satisfacer, aunque sea mínimamente, las necesidades de los abulenses. Somos estación de paso, medio para otros. ¿Sólo en el tren?
Tampoco quien quiera llegar a Madrid a las 10, salvo que lo haga con hora y media de antelación, dispondrá de este medio. El procedente de Palencia que alguna vez tardó algo menos de hora y media, emplea ahora hora cincuenta para compensar recortes de cercanías madrileñas. ¡Casi dos horas para llegar a Madrid! ¿quién lo va a usar? Podrá alguno decir, y con razón, que los hay más rápidos, como el que saliendo media hora más tarde le da alcance entrando en la estación de Chamartín. Pero eso vacía al anterior, lo convierte en inútil, por más que ahora pare en pueblos a los que previamente se ha despojado de todo lo que en materia ferroviaria tenían, y pronto nos dirá adiós. 
Por otra parte, no es difícil hallar horarios absurdos. Por ejemplo los viernes, aunque sólo ese día, desde Madrid dos trenes parten de la misma estación con tres minutos de diferencia para ir echando carreritas por el camino para ver quién llega antes hasta nuestra ciudad. O, puestos al sinsentido, un tren hay que a diario se detiene en La Cañada, a días en Navalperal, para cambiar de conductor sin dejar que suba o baje pasaje. Qué decir de esa franja horaria que ve llegar tres convoyes diferentes en media hora mientras no lo ha hecho ninguno en las dos horas precedentes. También es bonito eso de doblar el nombre de algunos trenes para que parezca que hay más: anuncias dos dos donde sólo uno se desplaza. Al final, del tren nos quedarán las novelas que leeremos cuando nos montemos en otras estaciones. La de Poniatowska y también, cómo no, el  Orient Express de Graham Green o el tan conocido Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie. Por no nombrar, a pocos días de conmemorar la memoria del Holocausto, Trenes rigurosamente vigilados del gran escritor checo Bohumil Hrabal 

miércoles, 15 de enero de 2014

SOCIEDAD EN TRANSICIÓN

Decir que una sociedad está en transición no deja de ser una obviedad pues el cambio, más allá de los deseos de los inmovilistas, es consustancial a cualquier sociedad. Hay que reconocer, no obstante, que no necesariamente todo cambio es a mejor pues hay quien, como nuestros gobiernos, se empeñan con relativo éxito en que volvamos al pasado utilizando para ello los más variopintos caminos.  Como sea, decir que nuestra sociedad está en continua transformación es necesario para comprender algunas de las cosas que nos suceden en el día a día. 
Las comunidades más “tradicionales”, aquellas en las que las relaciones se realizaban en el "cara a cara" que estudió Alfred Schütz cuando intentaba sentar las bases de la fenomenología del mundo social y las formas de la intersubjetividad, se han basado históricamente en la confianza interpersonal. Uno iba al tendero del barrio o del mercado y si no le alcanzaba con lo que llevaba en el bolsillo, se le apuntaba y no pasaba nada; dos ganaderos chocaban la mano en el mercado de los viernes, con intermediarios o sin ellos, y valía esa palabra más que cualquier papel firmado; y así sucesivamente porque la cooperación entre familias, aunque siempre de carácter técnico en la medida en que no limitaba la autonomía familiar, se consideraba un imperativo moral asentado en aquello que Durkheim llamó solidaridad mecánica. 
Pero no ocurre así en las comunidades que van de “modernas” (o lo son)  pues, como diría el jurista e historiador Henry James Summer Maine, sentando con su Ancient Law parte de las bases de la antropología, la sustitución del estatus por el contrato permite liberar a los individuos de las ataduras colectivas y asentar su actuación exclusivamente en una confianza derivada no ya de la relación personal sino del contrato mercantil entre individuos o entre estos y las instituciones. Esto es, el individualismo y las condiciones de mercado son consustanciales.
Ahora bien, en una sociedad basada en el status,  como la nuestra hasta hace cuatro días, tener padrino era condición suficiente, pero también necesaria, para ser bautizado. Valía más la posición familiar, que los méritos individuales a la hora, por ejemplo, de encontrar un trabajo. Por lo mismo, se esperaba que cualquier persona se comportase de acuerdo con esa heteroadscripción y no mancillase, perdón, el honor familiar siempre a punto de estar en entredicho. O dicho de otro modo, inherente a ese tipo de sociedad es el control social desmesurado. Como contrapartida, uno podía confiar en que si el director de una oficina bancaria le decía que guardase el dinero en un producto "preferente", allí estaría seguro; como lo estaba el coche, por decir algo, que dejaba en el taller, sin temor a que le sustituyeran una pieza nueva por otra de una chatarrería. Claro está que si uno no pertenecía a esas "familias bien" o no podía acceder a ellas por los conocidos caminos de la bragueta, debía aprender rápidamente que la opción casi exclusiva para sobrevivir era migrar.
En la sociedad del contrato mercantil la confianza, por el contrario, llega hasta donde las clausulas establecidas dicen. Ni más, ni menos. Ya puedes reclamar por las preferentes a quien considerabas como de la familia o por la avería mal arreglada. El contrato tiene sus límites y vienen delimitados en un aparataje jurídico que solamente los expertos son capaces de escrutar. Claro que se da por supuesto que ambas partes firmantes asumen los derechos de la otra parte. Lo malo ocurre, como tantas veces pasa en Ávila, cuando la tensión entre cooperación y conflicto, que diría otra vez Durkheim, se resuelve por el procedimiento que al que manda le conviene y se pasa en pocas horas del “¿cómo vas a desconfiar de mí si ya tu padre y el mío hicieron la mili juntos?” al “a mí qué me cuentas, te hubieras leído el contrato porque lo que vale es lo firmado”. Desaparecida la confianza caen, igualmente, las redes solidarias establecidas durante decenios por las diferentes familias. Así pues, ahora sí, sólo queda emigrar. En última instancia, estamos en ciudad, como todo nuestro entorno, en transición. Y, aunque no sabemos hacia dónde, se ve muy claro  dónde nos quieren llevar algunos listillos. El contrato que nos ofrecen lo dice bien claro: “la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte”. Y si no nos gusta, ya sabemos.