"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

lunes, 4 de marzo de 2013

AGAPITO MARAZUELA (y el folklore)


Para el Santi, que se trajo lo mejor de Segovia     

     En 1932, mientras Albert Klemm y Kurt Schindler se adentraban en las serranías abulenses con diferentes destinos y objetivos, Agapito Marazuela,  nacido en 1891, obtenía el primer premio del Concurso Nacional del Música Folklórica con un cancionero que incluía, junto a otras de su segoviana provincia natal, algunas producciones recogidas en su deambular por la Moraña. Mas quien no las conociera tuvo que esperar para verlas publicadas. Mal le trató la postguerra pues su afiliación comunista le hizo recorrer los penales de Madrid, Burgos, Ocaña y Vitoria. Como fuera, en 1964 la Jefatura Provincial del Movimiento de Segovia publicaría su Cancionero Segoviano donde se incluían las tonadas morañegas. Años después, en 1981, tras ser parcialmente recuperada su memoria, la Diputación madrileña reeditaría dicha colección con el título de Cancionero de Castilla.   
  El pasado 24 de febrero, sin pena ni gloria, se cumplieron treinta años del fallecimiento de quien siempre se consideró un dulzainero al servicio del pueblo castellano. No falta, a estas alturas, entre nuestros coterráneos quien identifica el folklore con la estética del refajo y otros rancios aditamentos. Sin embargo, ahora que los agentes de la llamada tradición revisten sus máscaras “ancestrales” con  logotipos trasnacionales y la complejidad inherente al medio rural  entrelaza lo vanguardista y lo tradicional, bueno sería recordar qué existe un folklore que no se deja atenazar por la lógica del mercado.
En sus Quaderni del carcere, escribía Antonio Gramsci  que hay  básicamente dos formas de entender el folklore: una “fosilizada, conservadora y reaccionaria”, destinada a ensalzar las formas de vida pasadas; otra “creativa y progresista” que refleja “innovaciones determinadas espontáneamente que están en contradicción con la moral de los estratos dirigentes”. Traída a nuestros días la invitación del preso italiano, podemos descubrir cómo también en la época de la globalización existe una forma creativa  que opera de acuerdo con lo que Scott llamara “el arte de la resistencia de los dominados” y que rechaza la homogeneización cultural justamente a través de las respuestas folklóricas. Pero, si éstas eran en tiempos de Marazuela, canciones contra el poder cantadas sottovoce o en alegres e indisimuladas voces tabernarias o festivas, hoy se expresan a través del netlore, las cibermetáforas y los múltiples eslóganes y cantos callejeros. 
Folklore no es pues solamente recreación del botijo a la sombra de la era. Es, decía Gramsci, insurrecta “concepción del mundo y de la vida” en lucha soterrada tanto contra las perversiones pintoresquistas como contra la imposición de un estilo de vida definido por la  ausencia de elección. Porque, aunque pase desapercibido para muchos ojos, algunas de las formas de crítica a los poderosos que las flamantes tecnologías nos brindan hoy, comparten con los antañones relatos de resistencia no sólo su anonimato, libertad y multiplicidad, sino, sobre todo, su desconfianza con respecto a un discurso globalizador que conjura sus daños apelando a un mágico “progreso” producto de la competitividad y la innovación técnica. 
Marazuela halló en la Moraña un folklore que expresaba la creatividad de las gentes. Bien haríamos hoy en no condenar esa capacidad para imaginar a ser expuesta en vetustas vitrinas del exotismo conservador.

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