"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 20 de mayo de 2014

GUILLERMO, EL INGLÉS.

1989. La carátula de la serie Disappearing world, “Un mundo que desaparece”, de la británica Granada Television, se desvanece lentamente y deja paso al título de un nuevo programa: Villagers of the Sierra de Gredos, “Los pobladores de la Sierra de Gredos”. Las imágenes sucesivas de indígenas de diversas partes del globo terráqueo anteceden al sonido de los cencerros que mueven los negros bóvidos que lentamente ascienden el puerto desde las tierras bajas de Extremadura. Segundos después, un anciano al lado de una lumbre baja, pitillo en mano, se lamenta en perfecto castellano,  aunque subtitulado en inglés de los cambios que ha visto. Todo el mundo se ha ido y las huertas han sido olvidadas. Ya nadie quiere saber nada de la vida en el pueblo. Las palabras son demoledoras: “aquí en unos años, se queda ya todo visto.” Y, sin verlo, se oye al antropólogo que lo entrevista. Es William Kavanagh. 
Posiblemente muchos abulenses no lo conocen aunque él fuera notario de los cambios que sufrió el medio rural gredense en los últimos 40 años y una de las personas que más ha escrito y hablado sobre la trashumancia. En inglés y en castellano. A veces como Bill, a veces Guillermo el inglés, como lo llegarían a conocer en “su” pueblo. Un inglés de Oxford que no era inglés y que cuando llegó no entendía muy bien –era la época- por qué lo llamaban “el sueco”. Y mucho menos que llamaran a Mari Carmen, su mujer, “la sueca”.
Bill llegó por azar a España. Empezó trabajando como otros antropólogos oxonienses en África. Estando en Ghana, un golpe de estado aconsejó su salida del país. Sus maestros Beattie, Ardener y Needham, le animaron a que viniera a estudiar el modo de vida de los campesinos españoles en esa época en que el franquismo daba sus estertores y se aventuraban cambios profundos. Así es que, con un escaso castellano, la traducción de la que entonces era su novia y un Citroën Dyane, recorrió varios pueblos hasta que halló uno que por sus características le parecía adecuado para el objeto de su investigación. Hasta allí, en las faldas de Gredos, llegó como  investigador. Y ya no pudo salir de sus paisajes embrujados, del rumor del río y, cómo no, de las revolconas. Claro que, previamente, hubo de sortear algún reparo. No por “guiri”, como ahora se dice, ni tan siquiera por forastero sino, como le dijo un vecino que luego llegaría a ser amigo, porque entonces era muy difícil fiarse de “alguien con barbas”. 
Bill, vieja escuela de la antropología social inglesa, no quería exponer a sus vecinos, inicialmente informantes y luego amigos, más de la cuenta y por eso cada vez que escribía sobre su pueblo –y son numerosas las páginas- utilizaba un nombre ficticio: “La Nava de San Miguel”.  Cuando, tras soportar nuestras reiteradas peticiones, se decidió a abordar la traducción del libro que publicara en 1994 con el título de Villagers of the Sierra de Gredos, se vio asaltado nuevamente por las dudas sobre si mantener el seudónimo. Por una parte, no quería convertir a sus amigos en "exóticos" cercanos para turistas antropológicos. Por otra, nombrarlos era reconocerlos. Finalmente optó, cuestión de ética dijo, por mantenerlo. 
Hace algo más de un año, una fría y húmeda noche abulense, saliendo de una reunión de la Institución Gran Duque de Alba, de la que era miembro colaborador, sintió que no podía respirar. Aunque le ofrecí que se quedara en Ávila, estaba empeñado en regresar a Madrid esa noche. Esperamos en el coche un largo rato hasta que el aliento le volviera. Aunque superó esa crisis y otras más, la salud le fue dando disgusto tras disgusto. Aún así, con su carrito del oxígeno, siguió participando en las reuniones del IMA. No hubo, tampoco crisis que pudiera con su su ánimo encandilado con dos cosas tan diferentes como poder conocer a su primer nieto y ver su libro sobre Gredos publicado en castellano. La bonhomía de Bill, profundo amante de las tierras de Ávila que conoció palmo a palmo tras los trashumantes de “su” pueblo, se apagó hace pocos días. Nos quedan sus escritos. Y también su familia.