"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 5 de noviembre de 2013

¿DEMOCRACIA A LA GRIEGA?

Frases hay que, de tanto repetirlas, nada dicen. Quedan tan vacías que su significado se torna extraño. Tanto que no prestamos atención al contenido de las palabras proferidas. En estas divagaciones me sorprendí al escuchar hace unos días a quien me repetía que, ante la actual crisis del sistema de partidos, hay que volver a la "democracia a la griega”; pero  a la clásica, me quiso aclarar, no a la  de la actual Grecia, que, al fin y al cabo, es tan caduca como la nuestra. Parece que extrañó a mi interlocutor mi cara de estupefacción porque raudo añadió: lo que hay que hacer es "devolverle el poder al pueblo". Pero, si difícil es devolver lo que nunca se ha tenido, ya no quise preguntarme quién tenía que devolverlo. Bienvenida, en todo caso, la intención sea que me recordó al espanglish del más conocido éxito de Molotov, la banda mexicana:
Dame dame dame dame todo el power 
para que te demos en la madre 
Game gime gime gime todo el poder 
so I can come around to joder  
Dámele, dámele, dámele, dámele todo el poder 
Dámele, dámele, dámele, dámele todo el power  

Rolas contrafrijoleras aparte, tal vez fuera bueno recordar que entre la democracia griega y la actual lo único que hay en común es el nombre. Como hace ya años señalara Sartori, en estos ámbitos homonimia no debe confundirse con homología.
Pero, ya puestos, podríamos preguntarnos si acaso puede la democracia griega, la clásica, me refiero, enseñarnos algo sobre el sistema político que hoy llamamos tal. Y lo cierto es que más allá de vaivenes románticos, lo cierto es que no. O, muy poco. Entre otras cosas porque, por mucho que se identifique la polis con la ciudad-Estado, nunca fue Estado. O lo que hoy conocemos por tal. Sin embargo, lo que hoy llamamos democracia parte justamente de la existencia de esta estructura y en ella debe desarrollarse. Cierto que no ha de faltar quien proclame que, a diferencia de lo que ocurre en la actual democracia que se asienta en la representación, en Grecia era directa. Pero lo era porque se daban determinadas condiciones socioeconómicas que hoy nos parecerían aborrecibles (como un sistema productivo asentado en la esclavitud que parece algunos añoran); o como un sistema social en el que no existían ni libertades ni derechos que pudiéramos llamar individuales (aunque sólo fuera porque hubo que esperar a la llegada de los filósofos cristianos para descubrir eso de la “persona”).   
Cosa distinta es que esta constatación nos deba a llevar a limitar nuestro sistema político a un sistema electoral donde los gobernados sólo nominalmente ejercen un poder que es detentado, no pocas veces de modo arbitrario, por quienes de él viven. Y en el que, además, se mantienen, en demasiadas ocasiones, debido a la que Michels denominara “Ley de hierro de las oligarquías”. O algo tan alejado del interés general como que ahora no les viene bien dejarlo porque no tienen otra cosa de qué vivir como les pasa con tantos conocidos que para qué enumerar. Parece pues que hemos pasado en las últimas décadas de una democracia gobernante a una democracia gobernada por unos pocos en la que, nuevamente Sartori dixit, lo relevante es el control de los mecanismos de formación de opiniones. Justamente por ello, y tal vez consciente de que no hay democracia sin opiniones libres, una querida periodista abulense concluyó meses atrás su conferencia sobre Josefina Carabias en el foro Guiomar de Ulloa recordando que sin medios de comunicación libres, no hay democracia. Y libre no es, en este caso, una abstracta noción sino un mero sinónimo de capacidad de enfrentarse a quien manda sin el temor de que éste ahogue económicamente a la empresa en la que trabajas. Pero, tan importante como eso, sino más, para garantizar uno de los puntales de la democracia cual es la libertad, es tener un sistema educativo que no sea doctrinario. Un sistema, que con siglas o sin ellas, enseñe a los más jóvenes a pensar por sí mismos. Una educación doctrinaria, cualquiera que sea la doctrina, es patrimonio de los sistemas totalitarios. Y estos, incompatibles con la democracia.  

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