"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

domingo, 8 de diciembre de 2013

DE CAUSAS Y EFECTOS

Desde Aristóteles hasta nuestros días miles han sido las páginas que se han escrito para elucidar la diferencia entre causas y efectos o entre tipos de causas. Y, aunque a nadie que camine por el campo y vea el suelo mojado se le ocurriría decir que el barro que pisa es causa de la lluvia, sino su efecto, se repiten con profusión los discursos políticos en que las unas se revisten con el ropaje de los otros. Difícil resulta pensar, las más de las veces, que no hay una explícita u oculta intencionalidad en tal confusión. No es, por supuesto, novedad reciente. Una mirada al pasado, cercano o lejano, permite observar cuántas han sido las veces en que los verdugos se han querido presentar como víctimas para justificar sus desmanes y tropelías. Costumbre ha sido de regímenes totalitarios y democráticos buscar, por ejemplo, un chivo expiatorio para cualquier crisis, real o ficticia, y presentarlo como causa de todos los males imaginables, aunque fuera quien más duramente recibiera sus efectos. De hecho,  no hay más que ver cualquier informativo, para comprobar cómo se responsabiliza a los que sufren de los sufrimientos que les son infligidos y aún se les quieren hacer pagar el bienestar de los que lo tienen.
¿Cuántas veces hemos oído, y tendremos que seguir escuchando, que la causa de la crisis es que los que nunca habían vivido bien han querido vivir por encima de sus posibilidades? Que la causa de su pobreza es que han tenido el anhelo de comer cada día, de tener un trabajo y una casa. Como si eso fuera privilegio exclusivo de unos pocos y no derecho inalienable de todos. O, quedándose más cerca, que aquellos que quieren recuperar los cuerpos de familiares que fueron muertos y despreciados, solo quieren reabrir heridas (que otros les hicieron) cuando sólo pretenden cerrar las que siguen supurando. O que determinadas instituciones son imprescindibles porque gracias a ellas, se mantienen tales o cuales servicios que las más de las veces son innecesarios. 
Ahí están los numerosos próceres que repiten con una saciedad que revela lo mucho que en ello se juegan, que las diputaciones provinciales son imprescindibles para el mantenimiento de los pueblos. Pero, una vez más la relación causa-efecto va al revés: son los pueblos los que son imprescindibles para que haya diputaciones. Aquellos pueden sobrevivir sin éstas, pero estas caras gestorías no podrían subsistir sin aquellos. De hecho son los municipios quienes con sus peticiones continuas permiten que las diputaciones existan. Es más, pueblos hay que solicitan ayuda o asesoramiento a otras instancias públicas o privadas prescindiendo de las diputaciones y siguen manteniéndose como si tal cosa. No hace falta salir de nuestra provincia, ya no digamos de nuestra comunidad autónoma, para ver ayuntamientos que prefieren gastarse sus dineros (los tengan o no, que esa es otra cuestión), contratando abogados, arquitectos o lo que precisen, sin acudir a las diputaciones.
No falta tampoco quien acuse de todos los males del mundo a aquellos que no se avienen a remar en la dirección que decide quien manda, aunque a veces este ordene dar vueltas en círculo buscando una salida del laberinto en que a todos ha metido. Ante el aplauso complaciente de algunos de sus seguidores, un conocido responsable político osó, un mes atrás, asegurar que la causa de nuestra falta de progreso es que la oposición no le da la razón y le critica cada vez que tiene una idea –no dijo si ésta era buena o mala-. Totalmente henchido por la beatífica sonrisa de los suyos completó su palabra diciendo aquello de que para lo que hacían, esa molestia diaria, sobraban y mejor harían con irse a otro lugar. Por supuesto, todo ello sin dejar de pensar que su discurso institucional era la encarnación de los valores democráticos, como añadió más tarde.
Que no se atreviera a pensar que tal vez la causa de las críticas, y de la ausencia del progreso que reclamaba, era su pésima gestión, no es novedad porque decenios llevamos, en nuestro país y en otros, haciendo responsables, esto es causantes, de todas las perversiones de la vida moral a quienes las denuncian y no a quienes las practican. 

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