"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 3 de marzo de 2015

(RE)GENERACIÓN, (DE)GENERACIÓN Y DES(ORIENTACIÓN)

Pocos años después de que la famosa Bastilla parisina fuera demolida sin dejar piedra, se instaló en el lugar que ocupaba una escultórica fuente, que fue llamada de la Regeneración. Era la mentada figura una mujer que semejaba ser reina egipcia. Brotaban de sus senos dos chorros de agua blanquecina que los buenos revolucionarios se aprestaban a beber. Como si las nutricias aguas los convirtieran, más allá de su pasado, en hombres nuevos en pleno proceso de renacimiento.  Ni que decir tiene que de la fuente, inaugurada en la que fue fiesta de la "unidad e indivisibilidad de la república", no queda ni rastro. Y de los afanes regeneracionistas de aquellos días, más bien algunas pesadillas y anhelos incumplidos. 
A cuento viene esto porque, sin tener que salir de las fronteras de nuestro país, desde entonces para acá, hemos construido y derribado tantas fuentes regeneradoras, que no sabemos ya si andamos hoy en plena generación o, como algunos retrógrados les gusta decir, sumidos en la degeneración. Claro que, sin revolución mediante, aquí la discusión la iniciamos un poco antes de que el rey francés perdiera la cabeza. De hecho, allá por los inicios del siglo XVI no pocos tratadistas castellanos se enzarzaron en polémicas literarias acerca de la licitud moral del arte de la medranza. Aunque muchos significados tuvo este término, siglo y medio después dejó Baltasar Gracián muy clarito su sentido en su inigualable El Criticón: “quien quisiere entender de raíz la política, el modo, el artificio, curse esta corte; aquí le ensañarán el atajo para medrar y valer en el mundo, el arte de ganar voluntades y tener amigos.” Desde entonces hasta hoy, la política en las Españas ha sido un combate continuo entre aquellos que de modo deshonesto miran principalmente para sí, y quienes pretenden que la política sea mirar para todos. 
Desde que el jesuita aragonés escribiera en 1651 las palabras dichas, los siglos nos han traído arbitristas, ilustrados, regeneracionistas de toda laya o noventayochistas predicando, cual pastores evangélicos, la necesidad del hombre nuevo. Más o menos como hoy. Y ello, sin saber bien qué quiere decir eso de regenerar la política pues, como decía el obcecado reaccionario de don Pío, “oír regeneración y escamarme es todo uno. Es una palabreja que está en boga. Para Sagasta significa estar en el poder; para Silvela, llegar a probarlo, y para Weyler, hacer del país un cuartel.” También hoy deberíamos recelar de ciertos personajes que tienen todo el día en su boca el llamamiento a la regeneración cuando son quiénes más han hecho para que ésta sea necesaria 
Como sea, intuitivamente no queda nadie que no entienda que, con un nombre u otro, resulta necesario denunciar la corrupción y el nefasto uso que del poder se hace por quien se cree su propietario y no su mero usufructuador. Vístase con la camiseta partidaria que lo envuelva. Y ello, por supuesto, sin deslizarse, cómo fácilmente les ocurre a más de uno, hacia derivas claramente antidemocráticas. En última instancia, como la historia nos ha enseñado aunque no lo hayamos aprendido, éstas, son en sí mismas corruptas. Pero es la historia un poco como la yenka y lo mismo va adelante que atrás, lo mismo a la derecha que a la izquierda. Si Fukuyama proclamó el fin de la historia, en continuidad con su neoliberal pensamiento dicen algunos que  para que los cambios se logren, hay que acabar primero con la distinción entre derecha ni izquierda. Mensaje nuevo que, no obstante, lleva repitiéndose desde que la distinción dejó de ser geográfica para ser ideológica. Mas olvidan algunos que las metáforas orientacionales, que dirían Lakoff y Johnson, van tan de la mano que sin izquierda no hay abajo, como sin derecha no hay arriba. Cuestión de campos semánticos. Pero mientras se discute sobre semántica, la cuestión clave, a saber, cómo distribuir la riqueza, pasa desapercibida o se desliza hacia un segundo término. Pasan los días y se agudiza su desigual reparto: cada vez menos, tienen más; cada día más, tienen menos. 
No se trata sólo de un problema de índole económica como muchos contables vestidos de gobernantes reiteran vendiendo una neutralidad de la que carecen: a la idea de cómo deben distribuirse los recursos que en el mundo hay, subyacen nítidas concepciones de la sociedad y del ser humano. Lo malo es que cuando algunos se les pone frente al espejo de lo que defienden, de las ideas  que sobre el ser humano subyacen a sus propuestas económicas, se niegan en redondo a reconocerse, aunque sotto voce sin manteniéndolas. Al final, las disonancias se imponen, verdad querido ministro, y antes que cambiar las ideas económicas se cambian las convicciones sobre el ser humano y la sociedad. Y así, el que reclama solidaridad la vende envuelta en pleno darwinismo social.  
Ya lo decía Benjamín, “la tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el estado de excepción en el que vivimos.”

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