"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Y el nominado es...


Se cumplirán el año próximo, ya cercano, cuarenta y cinco años desde que Guy Debord publicara su obra “La Sociedad del espectáculo”, a la que añadiría en 1988 unos “Comentarios.” Denunciaba ya entonces la conversión de la política, como otras muchas actividades, en un mero espectáculo, en un circo, como decimos por aquí, en el que el valor de la imagen se antepone a todo lo demás de tal forma, que la reflexión sosegada se vuelve inviable.  Tal es así porque los discursos difundidos como parte de un espectáculo se insertan en una lógica en la que el “actor” no precisa de respuesta, se legitima en sí mismo con su mera exhibición.
De hecho, parece que para algunos medios ha sido más importante la cuota de pantalla alcanzada por la retrasmisión del programa televisivo de la noche del lunes pasado, que el contenido de lo que allí se mostró. Ya en los días previos llegamos a saber tal cantidad de cosas banales en torno al mentado debate, que daba la impresión que debiera caer el estigma social sobre aquel que no se sentara ante las pantallas a consumir el previsible producto. Una vez más, “la naturaleza seductora del capitalismo consumista” se impuso sobre cualquier otra consideración y ni de soslayo se ha permitido la más mínima objeción al discurso de dos candidatos empeñados, a toda costa, en hacer creer a la ciudadanía que no son el mismo producto. Y así, mientras uno achacaba a quien se sentaba al otro lado de la mesa que su envase está caducado, respondía el interpelado señalando que en la etiqueta contraria no venían todos los ingredientes.  
            Lo importante era convencernos de que su mercancía era la genuina, no la copia, aunque hubo, como quien esto escribe, que no llegó a ver la diferencia. Y no por falta de empeño en descubrirla, sino porque demasiadas palabras que hubieran mostrado las especificidades de cada cual, ni se mencionaron: medio ambiente, cambio climático, financiación municipal, agricultura, infraestructuras, justicia, corrupción, turismo, patrimonio, etc.
            Menos mal que cada uno convenció a los suyos, que los festejaron cuál si fueran  exclusivos ganadores de un reality show, de un programa de ficticia telerrealidad. El problema es que el dogmatismo que impide ver que no hay gobierno tan malo que no haga algo bueno, ni tan bueno que no haga algo malo, deriva en sectarismo y éste en ignorancia. Que, de paso sea dicho, sólo se combaten con el diálogo no excluyente; aquel en el que participan todos y no sólo quienes en campaña están de rebajas.

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