"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 7 de febrero de 2012

Conocimientos y creencias


El inquilino de la columna que en este mismo lugar apareció el pasado  martes, so pretexto de invocar a la patrona de la Tierra de Ávila en demanda de agua, también podría haber mencionado la necesidad de cumplir y avanzar en el protocolo de Kioto pero reconozco que más fácil es que llueva por la intercesión de Nuestra Señora de Sonsoles que porque los gobernantes del mundo se decidan a combatir el cambio climático como Dios manda, me coloca bajo paraguas de equivocado color. Me atribuye, aquel cuyas iniciales son tres pes, no ser partidario de santos y plegarias, como si ambas cosas estuvieran en el mismo cajón, cuando no debieran pues, aunque en ocasiones converjan, se amparan en lógicas diferentes. Y con tal presupuesto nada menos que me tilda de agnóstico, como si yo alguna vez algo hubiera dicho al respecto.
Pero, Paco, cómo confundes agnosticismo con escepticismo. De esto último, en su versión filosófica, que no psicológica, supongo tardío efecto de leer a Guillermo de Occam,  me confieso militante. Claro que otro escéptico, sin duda más consecuente, me dirá que no culpe a aquel franciscano del siglo XIV, pues haber sido concejal otorga méritos suficientes para el descreimiento.
En lo tocante a lo religioso, pues se puede ser escéptico o agnóstico en diversos ámbitos de la vida, si bien no necesariamente en todos, agnósticos son, paradójicamente, muchos creyentes. Si agnóstico es quien afirma que la existencia de Dios no puede ser afirmada ni negada pues es imposible conocer si existe, aquellos que desconsideran la apologética y apuestan por creer exclusivamente por medio de la fe, sin razón, entrarían en esta categoría. Pero, frente a esta posición, tan legítima, el escéptico no niega la posibilidad del conocimiento, sino que sospecha directamente que tanto las afirmaciones que lo prueban, como las que lo niegan, están preñadas de valoraciones socioeconómicas, morales, psicológicas y culturales que hay que desentrañar previamente.
            Es decir, el agnóstico dudará de los efectos milagrosos de nuestra patrona, mientras el escéptico, sin entrar a cuestionarlos, se preguntará previamente por qué hay que procesionarla en lugar de presionar a nuestros representantes para que tomen las decisiones que deben. Y, al final, mientras el agnóstico se mantiene en la indefinición, el escéptico descubrirá que las cumbres sobre el clima se quedan en declaraciones sin compromisos que no plantean un desarrollo efectivamente sostenible, sencillamente, porque el poderoso caballero cree que, a su voz, debemos doblar la cerviz.

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