"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

martes, 21 de febrero de 2012

DE QUIÉN ES EL PATRIMONIO


El reciente robo de las joyas de la Fuencisla, en Segovia, junto a la sustracción, con destrozo incluido, del mosaico romano de Baños de Valdearados, en Burgos, ha generado una suerte de inquietud sobre la protección del patrimonio cultural que, si bien es bienvenida, puede provocar efectos perversos. No son estos robos cosa de todos los días, afortunadamente, pues dice el nuevo delegado del gobierno en Castilla y León, que, durante el año pasado, se han producido trece en la comunidad. Claro que, para quienes han perdido algo querido, es mucho, con uno que sea. Es más, cualquier expolio, incluidos los que a diario se cometen de pequeñas piezas en los castros desprotegidos, es una pérdida irreparable, por mucho que parte de lo hurtado se recupere.
Como fuere, el desasosiego generado ha llevado a la consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León ha solicitar mayor seguridad para las más de 230.000 piezas inventariadas en diferentes manos. Y si más no son es por la racanería de los que, desde que abren un expediente para declarar algo BIC hasta que lo cierran, dejan pasar varias generaciones. Tal vez porque, además de permitir la promesa del arreglo año tras año, es más efectista visualmente la ruina que su amenaza.  
Con tanta reunión y vaivén, no ha faltado dueño de museo que diga que todas las piezas de valor deben estar convenientemente protegidas en, obviamente, los museos. Cierto que hay en mitad de la nada retazos patrimoniales de incalculable valor (aunque quienes lo compran y venden lo calculan con rapidez). Pero, no es admisible aprovechar la situación para cambiar  el uso y la propiedad. No se vale decir que las “gentes sencillas” no entienden el valor de las piezas sacras de su pueblo, como alguien ha dicho. ¿Quién las mandó hacer, pagó y cuidó con esmero? ¿Cómo se le puede decir a un fiel (o a un infiel) que debe dejar de visitar la imagen que le enraíza en su pueblo y que, si la quiere ver, ha de ir a un museo y, por supuesto, abonar la entrada?
Crismones, esculturas, cuadros, objetos de culto, de uso lúdico u otros que no sabemos para qué sirven, como un verraco, se trasladan del lugar que les da sentido y con ello se les quita el sentido a las gentes, sencillas o complejas, que no busca en ellos el valor económico, sino un difuso sentimiento de arraigo a un lugar y unas personas. Cuándo aprenderemos que la única forma de proteger el patrimonio cultural (y natural) del medio rural, es logrando que quienes en él viven no tengan que dejarlo.

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