"La perfección de la vigilancia es una suma de insidias" Foucault

jueves, 10 de mayo de 2012

AUTOPÍA


    Mediaba el siglo XX cuando Walt Disney creó Autopía, una atracción en sus conocidos parques que pretendía, además de obtener beneficios, mostrar cómo sería el feliz mundo del futuro: centenares de coches con sus rubios conductores sonrientes ordenadamente circulando por raíles, en un espacio bajo control por parte de las autoridades, y dando vueltas sin fin. La nueva autopía, nacida con los forceps de la industria del sector y subvencionada por petroleras inexpropiables, se definiría como el lugar de la ideal movilidad gracias al automóvil. California sería, como ha mostrado Axelroad en su magnífico libro “Inventar Autopía: sueños y visiones de la metrópolis moderna en Los Angeles durante la era del jazz”, el primer lugar, antes incluso de que Disney inventase su atracción, en que se intentaría poner en práctica.
Pero, en “Los Angeles: arquitectura de cuatro ecologías”, señalaba Banham hace ya más de cuarenta años, que más allá de la desarticulación de todo urbanismo posible, a la autopía, como mística de la metrópolis, subyace una contradicción irresoluble: si, por una parte, la conducción por las carreteras públicas permite la apariencia de la movilidad democrática con el vehículo privado, por otra, la libertad inherente a esa movilidad sólo puede hacerse con conductores que, aislados de todo y desconectados de lo que les rodea, pierden dentro del vehículo aquello que les hace humanos: su vinculación con los otros y con la naturaleza. Así pues, para bien y para mal, como de manera enfática insisten varios de los autores de “Autopía: coches y cultura”, el coche es un ineludible condicionantes de nuestra forma de vida.
     Ahora, una vez que se ha impuesto la lógica de la movilidad de la mercancía en lugar de la del ser humano, los adalides del recorte han hallado en ese falso paraíso fácil caladero para ajustar cuentas: permiso de circulación, ORA, multas, céntimo sanitario, ITV, estacionamientos y todos los gastos conocidos que pagan los dueños de vehículos. Por si poco fuera, de manera doblemente falaz, argumentan la idoneidad de cobrar por circular por autovía, algo que en esta tierra es ya usual. Dicen los nuevos visionarios que pague quien circula por ellas. Sin entrar a considerar que por tales carreteras van y vienen las mercancías cuyos precios todos pagamos, se podría llevar el argumento hasta el absurdo: que pague la educación quien tenga hijos en edad escolar; la sanidad quien esté enfermo; los juicios y juzgados, los condenados; la policía, los delincuentes, y así hasta acabar no ya con el estado, sino con la sociedad.  Ya lo dijo la británica madre del neoliberalismo actual: la sociedad no existe, sólo hay individuos. ¡Por buen camino van sus imitadores patrios!

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